23 de agosto de 2020

La izquierda que viene.

Hay una izquierda antigua, atrapada en los viejos dogmas y en propuestas del siglo pasado. No hay futuro para esa izquierda. Tampoco para quienes enarbolan la bandera roja negando la democracia o considerándola solo un instrumento de una pretendida «democracia real». No, la izquierda de nuestros días es ante todo, democracia; es decir, respeto a las reglas del Estado de Derecho y a sus libertades, y aceptación de la alternancia sobre la base del voto ciudadano. Su compromiso con las libertades es radical y su vocación es ser mayoría democrática.

La causa a la que responde es la pasión por la igualdad. Es un latido que viene de antiguo. Nació con la revolución industrial y creció en las reivindicaciones de justicia social para los trabajadores. Pero hoy el mundo del trabajo nos interpela con otras demandas. Autónomos, emprendedores, teletrabajo, pequeñas empresas, economía digital, servicios... generan nuevas brechas que asaltan la igualdad en el mundo laboral. La edad, el sexo, la tecnología, la formación o la temporalidad transforman el viejo proletariado en una masa laboral fragmentada e individualizada. La cuestión no es derogar, sino crear un nuevo marco laboral que afronte esas fracturas, responda a las necesidades de las empresas con flexi-seguridad y garantice la dignidad del trabajo en todo caso y condición.

La igualdad tiene nuevas exigencias. Una izquierda renovada debe abordar reformas pre y redistributivas aprovechando el fuerte impulso al Estado del Bienestar que surge de la pandemia. Desde el salario mínimo a los abanicos salariales. Desde la educación pública de calidad a la sanidad universal. Desde las pensiones a los servicios sociales. Para eso es necesario mejorar la gestión de los servicios públicos y aumentar la recaudación fiscal.

Muchas de las figuras fiscales actuales han tocado techo en su capacidad de generar mayores ingresos. Es imprescindible una nueva fiscalidad ligada a la ecología (uso de plásticos, emisiones CO2, etcétera), a la economía digital (tecnológicas) y a la financiarización de la economía (ITF), junto al combate a la elusión y evasión fiscal.

La izquierda que viene es ecologista. El ecologismo no configura la totalidad de una ideología, pero sin ecología hoy no hay proyecto político. La clave de una izquierda renovada es encontrar el equilibrio y las soluciones justas para una transición tan necesaria como urgente, con exigencias altamente conflictivas entre naturaleza, salud y medio ambiente, con empleo, crecimiento y desarrollo.

La izquierda es feminista porque es igualitaria. Porque no concibe la explotación de unos sobre otros, porque aspira a seres humanos libres e iguales. Lo es porque la revolución feminista del siglo XX fue nuestra causa y porque las grandes parcelas de igualdad pendiente en esta revolución están en nuestro ADN político.

La izquierda es laicidad. Creemos en una sociedad madura y autónoma para fijar su moral pública y para regular sus derechos. Aceptamos la aportación religiosa a nuestro debate político, pero no admitimos injerencias en nuestra soberanía democrática. Es un laicismo incluyente, no anticlerical. Admite el hecho religioso y la pluralidad de religiones (sin privilegios), pero sostiene con firmeza la aconfesionalidad y la separación Estado-Iglesia en una sociedad crecientemente secular, diversa y plural.

La izquierda quiere gestionar esa diversidad social con virtudes ciudadanas y cultura de la responsabilidad extendiendo el principio de «el bien común como interés personal». Defendiendo el interculturalismo frente al multiculturalismo, que destruye las bases democráticas. Es una defensa firme de los «nuevos derechos» que hacen iguales a los diferentes, hasta hace poco discriminados por serlo. Es una apuesta por extender los derechos humanos como norma universal de la dignidad humana, actualizándolos a los nuevos desarrollos tecnológicos. Es conquistar leyes nuevas que aseguran una moral pública más justa sobre las familias, sobre los derechos inherentes a las personas y a la vida. Es una lucha para ir mejorando la democracia, las instituciones que la componen, el edificio deliberativo, la transparencia y la honestidad en la vida pública.

Izquierda es defender la inmigración y los inmigrantes frente a la demagogia y el egoísmo. Porque los necesitamos. Porque es y será un fenómeno de nuestro siglo. Porque somos solidarios con el sufrimiento ajeno. Lo haremos con regulación internacional, con acuerdos europeos, con políticas de contratación en origen y de integración social y laboral en nuestros países. Pero lo haremos dando una batalla ideológica contra la mentira y la insolidaridad.

Tenemos un conflicto con la identidad. Reconocemos que los sentimientos identitarios existen, son fuertes y vertebran expresiones políticas nacionalistas que nos condicionan. A veces, en exceso. Nosotros no lo somos y nos repugnan los nacionalismos excluyentes. Aceptamos la identidad en un marco inclusivo, que combina subsidiariedad y solidaridad en cuatro grandes esferas de espacio público, con soberanías compartidas y ordenación competencial federal: la ciudad, la comunidad autónoma, el Estado y la Unión Europea. Entendemos la convivencia en la diversidad identitaria, bajo los principios de la ciudadanía por encima de los sentimientos de pertenencia. Vivimos en espacios cosmopolitas, cruce de identidades y de diversidad étnica y cultural. Somos cada vez más internacionalistas, más partidarios de las uniones supranacionales en una globalización que consideramos desordenada, injusta y hostil.

Esa es la razón que nos impulsa a construir una agenda progresista para la globalización. Una agenda que, inevitablemente, reclama espacios de gobernanza supranacional, inexistentes o demasiado débiles. Mucho de lo que quiere la mayoría se dilucida en espacios supranacionales y un nuevo nacionalismo estatal, egoísta y belicoso invade el mundo. Un mundo irreversiblemente globalizado y dominado por una tecnología disruptiva. Por eso, la izquierda que viene recurre también a la empresa para hacerle sujeto, agente activo de estas aspiraciones. La empresa se convierte así, en virtud de nuevas exigencias ciudadanas, en «socialmente responsable» de sus impactos medioambientales, de la transparencia corporativa, de la sostenibilidad de sus inversiones, de la calidad de sus relaciones laborales, del cumplimiento fiscal, de la protección de los derechos humanos. Es un capitalismo atenuado que llamamos capitalismo de los grupos de interés frente al capitalismo de los accionistas.

Decía Rocard que no es posible transformar al mundo sin conocerlo. El conjunto de cambios geopolíticos, tecnológicos y sociales que experimentamos reclama una izquierda renovada, que adapte sus propuestas y soluciones a ese mundo en cambio.

Publicado en El Correo y en Hoy, 23/08/2020

9 de agosto de 2020

Entrevista para El Correo 9/08/2020


Con la autoridad de quien ha sido ministro, vicelehendakari y eurodiputado socialista, confiesa que la «crisis de la Corona es grave» y considera «suicida» plantear el debate Monarquía-República dada la situación «dramática» de España. Defiende la «ejemplaridad» de Felipe VI y asegura que los socialistas son quienes mejor han defendido la institución. Reprocha las críticas de Iglesias porque vienen «desde dentro del Gobierno». Se confiesa «apenado» por la situación de Juan Carlos I y hace una férrea defensa de la «ejemplaridad» del Rey en sus decisiones

Qué mejor forma de reflexionar sobre esta crisis total que llamar a la puerta de un político total. «Me gustaría recordar que Juan Carlos nos hizo monárquicos a muchos republicanos», recuerda. Ramón Jáuregui es uno de esos ilustres ex que puede hablar de todo porque él estuvo allí. Se confiesa «apenado» por lo que está pasando con el rey emérito y hace una encendida defensa de Felipe VI. Hace ahora diez años, José Luis Rodríguez.

Zapatero marcó su número del Parlamento Europeo para nombrarle ministro de la Presidencia y poner voz al relato de un Gobierno asediado por la Gran Recesión. De crisis algo sabe, y ésta, la crisis total, es muchísimo peor. «La situación es dramática», advierte.

– ¿Cómo lo ve?

– Con preocupación.

– El rey emérito se va de España. ¿Cómo se digiere una noticia así?

– Hay que poner cada cosa en su sitio porque estos momentos siempre son proclives para los prejuicios y los análisis extremistas. Primera precisión: que haya abandonado España no quiere decir que huye de la justicia. Segunda, el que haya tenido un final tan lamentable no nos oculta los enormes servicios que ha prestado a la democracia. Tercera, la indignación ciudadana, muy comprensible, no puede olvidar que el actual Rey ha cortado drásticamente con estas prácticas. Y la cuarta, que los comportamientos personales presumiblemente delictivos y socialmente reprochables no equivalen a que lo sea la institución que encarnó.

– ¿Esperaba esta decisión?

– Sí. Y sé que mucha gente la ha criticado, pero no había soluciones buenas. Ninguna era idónea.

– Se critica, precisamente, porque parece una confesión de culpabilidad que sólo alimenta el debate contrario a la Corona. ¿Se ha equivocado?

– Lo que ha primado, precisamente, ha sido no contaminar la Corona. Es la razón última del abandono del país. Es una decisión que es verdad que carga todavía más la culpabilidad, pero creo que era la mejor manera de poner en evidencia el muro infranqueable hacia estas prácticas que ha planteado Felipe VI. Conozco personalmente al Rey y me precio de poder decir que ejerce sus funciones con un esmero y un espíritu ejemplarizante, regenerador, muy comprensibles dados los antecedentes. 

– ¿Qué sensación le deja todo lo que está sucediendo?

– Siento pena. Creo que ni él ni España se merecían un final así. Con Juan Carlos protagonizamos momentos de enorme éxito incluso a nivel mundial, como ocurrió con la Transición. Quisiera reiterarlo: ejerció escrupulosamente sus funciones, sin la más mínima intromisión en la gobernación, en la soberanía popular. Prestó servicios que calificaría de inolvidables a la democracia del país y representó a España con una altísima estima internacional. Por eso resulta más penoso el desenlace de estos días.

– ¿La Corona ha quedado tocada o es posible que con este movimiento salga incluso fortalecida a medio o largo plazo?

– La crisis de la Corona es grave y hay que reconocerlo. Obviamente me preocupa. Hay una parte del debate monarquía-república que es legítima, pero creo que es profundamente inoportuno y absolutamente imprudente. Plantearle a España, en el momento que vivimos, el debate de la república me parece suicida. Y desconoce algo que es esencial, que la monarquía parlamentaria es la piedra de bóveda en el arco del consenso constitucional del que nos hemos dotado. Quien desconozca esto es que no sabe nada del pasado.

– Habla del pasado, ¿y el futuro?

– Es un elemento que sigue siendo necesario. La Monarquía simboliza el acuerdo de aquellas dos Españas y eliminarla puede hacer caer el edificio levantado a lo largo de estos cuarenta años de éxito. Por eso me parece imprudente e insensato el desconocer la relevancia que tuvo para vivir en la España que tenemos.

– ¿El PSOE está incómodo con esta situación?

– Me gustaría recordar que Juan Carlos nos hizo monárquicos a muchos republicanos. Y quiero recordar que han sido los presidentes socialistas, incluido Pedro Sán chez, quienes más y mejor han defendido la institución por su importancia en el pacto constitucional y el respeto escrupuloso con el que ha servido a la democracia española.

Mensaje de Pedro Sánchez

– Cuando escuchó que Pedro Sánchez iba a comparecer ante los medios para valorar la decisión del rey emérito, ¿qué Sánchez esperaba escuchar?

– El que escuché y no me decepcionó en absoluto. Era un papel obligado por parte del Gobierno y entendí que quien habla por parte del Gobierno es el presidente, y nadie más.

– ¿Y el vicepresidente segundo? ¿Qué le parece la actitud de Pablo Iglesias? ¿Es desleal?

– No lo sé. Lo que sí sé es que no me gusta y me parece insensata porque desconoce parte de la arquitectura democrática española. Es legítimo que alguien pueda defender la república, pero no parece que sea adecuado hacerlo en nombre del Gobierno.

– ¿Todo es una pose política, una tormenta de verano, o cree que la cosa irá a mayores?

– Políticamente, interpreto que es puro testimonio. Necesitan hacerse oír. Podemos es un partido diezmado y el Gobierno es su única tabla de salvación. Está obligado a permanecer en él.

– Independentistas y nacionalistas, los partidos que conforman la llamada mayoría de la moción de censura, han olido sangre en contra del ‘estatu quo’ del 78.

– Los nacionalismos pretenden sumir a España en una crisis que la destruya. Saben que sus objetivos sólo pueden abrirse camino con un Estado descabezado y una España fracturada. El nacionalismo catalán, por ejemplo, pone el acento no tanto en los comportamientos personales del rey emérito como en la propia institución y en Felipe VI. Me parece el colmo del cinismo en una comunidad donde nadie ha elevado la voz contra la «organización criminal del ‘clan Pujol’», en palabras de un juez. En cambio, cuando sale lo del rey emérito, todo en España huele a podrido. Me parece una desfachatez.

– ¿Sánchez aguantará la embestida sabiendo, además, que su futuro en Moncloa depende de estos partidos?

– Depende de hasta donde vayan estos mensajes. Hay grandes diferencias entre el discurso de Torra, que ha pedido directamente a Felipe VI que abdique, con el del PNV, que ha reclamado transparencia y ejemplaridad.

– ¿El Gobierno peligra?

– Después de una pandemia que lo ha alterado todo y una vez superemos la gravedad de la urgencia sanitaria, la gran tarea de este Gobierno es salvar la economía del país. Y la primera gran prueba de fuego será el Presupuesto.

– ¿Lo habrá?

– Debería haberlo.

– Pues con Esquerra...

– Creo que hay una extraordinaria oportunidad para que el PP se plantee su camino a la responsabilidad después de la moción de censura que ha planteado Vox. España necesita acuerdos y bastaría con que el PP dé vía a la tramitación presupuestaria evitando las enmiendas a la totalidad.

– Pero el PP parece tener tantas ganas de pactar con el PSOE como el PSOE con el PP... Ninguna.

– Creo que Sánchez está siendo muy claro reivindicando gestos de esta naturaleza. De forma equivocada, creo, el PP tiene la creencia de que la pandemia podía llevarse por delante al Gobierno y siguen demasiado aferrados a eso. El PP daría un salto extraordinario en su credibilidad si asume su responsabilidad ante el país.

– ¿Sánchez, dada la gravedad de la situación, debe romper con Iglesias y buscar otras alianzas?

– La coalición no se puede alterar. Pretenderlo sí que es sumir al país en una fractura total. Yo no veo en absoluto que el PSOE tenga que cambiar de socios, dejando claro que el que manda y el que va a liderar esta salida de la crisis es el PSOE. Podemos es un partido joven pero sus propuestas son muy antiguas. Eso sí, hay que abrir el escenario a una estabilidad mayor que la que nos ha ofrecido ERC.

– Apostar por Ciudadanos.

– Es muy interesante lo que está haciendo a pesar de sus limitadas bazas. Es verdad que tiene sólo diez diputados, pero está en el Gobierno de Madrid, Castilla y León, Andalucía y Murcia... Atentos.

Complacencia

– ¿Cómo salimos de esta?

– A veces, en los discursos institucionales, hay un optimismo infundado. En España, en general, echo en falta el discurso del esfuerzo, de la solidaridad, del sacrificio, porque lo vamos a necesitar. Veo en España una cultura en la que todo el mundo reclama ayudas al Estado y veo un Estado asediado a pesar de que sus cuentas públicas están famélicas. Bien, todos quieren ayudas, es muy razonable, pero la pregunta es ¿cómo? Y esto reclama unos ajustes, unos esfuerzos, que nadie está exponiendo.

– ¿Cuáles?

– Por ejemplo, ¿podemos seguir siendo los campeones del mundo en alta velocidad? Pues quizá no podamos serlo. ¿Podemos circular desde Cádiz a Irún gratis cuando ir desde Hendaya hasta Bruselas cuesta cien euros? Me pregunto si somos los más ricos del mundo para no cobrar nada por atravesar todas las autovías de España. Si tenemos cinco puntos menos de recaudación que la media europea, ¿cómo se arregla eso? España, en los próximos tres, cuatro,cinco años, está ante una necesidad imperiosa de salvar su economía, como hicimos en los ochenta. Nadie va a hacer por nosotros lo que sólo nosotros podemos hacer. Nadie nos va a esperar.

– ¿Se equivoca quién piense que con los fondos europeos que van a llegar está ya todo hecho?

– Europa nos va a ayudar, sí, pero nos va a poner nota. Y añado, es bueno que así sea. Europa tiene derecho a examinarnos. Van a mirar nuestros Presupuestos, nuestro déficit, nuestra deuda... No va a haber hombres de negro, pero sí un mutuo análisis. Y esto va a condicionar al Gobierno porque está obligado a dar señales de solvencia. La situación es dramática y aún no hemos visto los daños de esta crisis.

Entrevista para El Correo, 9/08/2020 realizada por Adolfo Lorente
Fotografia: Ignacio Pérez