Frente a tanto pesimismo europeo y a pesar de las amenazas populistas al proyecto común, yo creo firmemente que Europa tiene futuro y que seguirá construyendo este bello edificio supranacional. Esta semana pasada hemos aprobado un Informe sobre el Futuro de Europa, que he titulado “Hacer más y mejor, lo que sólo podemos hacer juntos”. En esta sencilla frase he querido resumir toda la filosofía que alumbra y alimenta ese optimismo.
Todos somos demasiado pequeños para afrontar el futuro. Incluso Alemania o Francia. Todos los retos importantes de este mundo en cambio que vivimos, superan a nuestros Estados y nos exigen dimensión y poder para defender nuestros valores y nuestros intereses. Si la paz y el progreso fueron los motores de la Europa de la posguerra, hoy, en el siglo de la globalización y de las revoluciones científicas, ante una creciente hostilidad exterior con peligrosas guerras comerciales, tecnológicas, monetarias, etcétera.… y una inseguridad creciente en una vecindad conflictiva como nunca, el motor es la necesidad de potencia y dimensión para tener peso en el mundo. Para pisar fuerte en un planeta que se desplaza hacia Asia y en el que aparecen nuevas potencias en un multilateralismo desordenado y en una competencia planetaria.
No es un argumento tan constructivo y de tanta altura moral como los que inspiraron las tres o cuatro décadas que siguieron al Tratado de Roma, pero es un relato imprescindible si no queremos diluirnos en la pequeñez de nuestros nacionalismos y puede y debe ser completado por la fuerza moral de nuestros valores democráticos y por la imprescindible defensa de nuestro modelo de Economía Social de Mercado en una sociedad del Bienestar.
Son los nacionalismos reaccionarios, anacrónicos, populistas, todos ellos, los que rechazan este relato evidente y esta necesidad imperiosa, manipulando los sentimientos más primarios y atribuyendo a Bruselas muchos de los problemas que ellos crean o que son incapaces de resolver. Una gran mayoría de ciudadanos europeos desde Lisboa a Budapest, desde Atenas a Riga, creen que la pertenencia de sus países a la Unión es positiva y que ha traído enormes beneficios, como ha puesto de manifiesto los resultados del Parlámetro 2018, el resultado más elevado obtenido desde 1983.
“Hay retos que sólo podemos afrontar juntos”. Este ha sido el común denominador de los Primeros Ministros y Jefes de Estado que han comparecido en el Parlamento a lo largo de estos últimos años para hablar precisamente de esto, del futuro de Europa. Entre ellos hay muchas diferencias a la hora de abordar algunas cuestiones esenciales: la Política Fiscal en el seno del Mercado Único, la Unión Económica y Monetaria, la Política Económica de la Zona Euro, la Política Migratoria…
No son temas despreciables por cierto y ponen en evidencia las enormes dificultades que tenemos para resolver estas dos grandes brechas que han surgido entre nosotros estos últimos cinco años, la brecha Norte/Sur sobre la gestión económica y la brecha Este/Oeste en la política migratoria. Pero por encima de esas discrepancias, todos ellos coincidieron en que hay cosas que solo una Europa unida y fuerte puede abordar: negociar acuerdos comerciales con el resto del mundo; estructurar una defensa común dotada de un ejército europeo; unificar nuestra política exterior; liderar la lucha contra el cambio climático; defender un multilateralismo ordenado y justo; expandir los derechos humanos como base social de la dignidad humana; ordenar y regular la economía digital y el Internet de las cosas…
A todo eso y a mucho más llama la necesidad de la unidad europea y la mejora de su integración. “No se trata de hacer más sino de hacerlo mejor”, decían algunos de los dirigentes, como el Primer Ministro holandés, Mark Rutte, que algunas voces en Bruselas le colocan al frente del Consejo en sustitución Donald Tusk el próximo año. Pero, en realidad, se trata de ambas cosas: Hacer más y hacer mejor.
Por eso el informe reclama algunos cambios internos que habrá que abordar pronto: eliminar la unanimidad para muchas decisiones, hoy vetadas o ralentizadas hasta la exasperación por los vetos de unos y otros; devolver la iniciativa a la Comisión y darle un liderazgo político que le ha arrebatado el Consejo; hacer más fuerte el peso del Parlamento Europeo y el método comunitario en la gestión de las consensos internos; avanzar en el Mercado Único y en la cooperación entre los Estados miembros; asegurar la traslación y la aplicación del derecho comunitario a todos los Estados miembros, ... etcétera.
Además, es necesario mejorar la integración de esta Europa grande y diversa, demasiado heterogénea a veces, que reclamará probablemente el uso de cooperaciones reforzadas más frecuentemente cuando sólo un grupo de países decida avanzar en espacios que otros no quieren, como lo fueron Schengen o el Euro.
La salida del Reino Unido de la Unión (¿?) nos obligará a definir un nuevo marco de Asociación política y comercial con ese país tan importante y cercano. Será la ocasión de decirles a algunos que no quieren avanzar más, que tienen ese nuevo marco como salida. Es demasiado prematuro para decirlo, pero es necesario advertirlo.
Todo se verá. Las elecciones de mayo pueden crear un amplio grupo político nacionalista, pero será inferior a los dos grandes partidos europeos (PPE y S&D) y junto a Liberales y Verdes seremos una gran mayoría europeísta. Mal que les pese a Bannon, Salvini, Orbán y compañía.
Todos somos demasiado pequeños para afrontar el futuro. Incluso Alemania o Francia. Todos los retos importantes de este mundo en cambio que vivimos, superan a nuestros Estados y nos exigen dimensión y poder para defender nuestros valores y nuestros intereses. Si la paz y el progreso fueron los motores de la Europa de la posguerra, hoy, en el siglo de la globalización y de las revoluciones científicas, ante una creciente hostilidad exterior con peligrosas guerras comerciales, tecnológicas, monetarias, etcétera.… y una inseguridad creciente en una vecindad conflictiva como nunca, el motor es la necesidad de potencia y dimensión para tener peso en el mundo. Para pisar fuerte en un planeta que se desplaza hacia Asia y en el que aparecen nuevas potencias en un multilateralismo desordenado y en una competencia planetaria.
No es un argumento tan constructivo y de tanta altura moral como los que inspiraron las tres o cuatro décadas que siguieron al Tratado de Roma, pero es un relato imprescindible si no queremos diluirnos en la pequeñez de nuestros nacionalismos y puede y debe ser completado por la fuerza moral de nuestros valores democráticos y por la imprescindible defensa de nuestro modelo de Economía Social de Mercado en una sociedad del Bienestar.
Son los nacionalismos reaccionarios, anacrónicos, populistas, todos ellos, los que rechazan este relato evidente y esta necesidad imperiosa, manipulando los sentimientos más primarios y atribuyendo a Bruselas muchos de los problemas que ellos crean o que son incapaces de resolver. Una gran mayoría de ciudadanos europeos desde Lisboa a Budapest, desde Atenas a Riga, creen que la pertenencia de sus países a la Unión es positiva y que ha traído enormes beneficios, como ha puesto de manifiesto los resultados del Parlámetro 2018, el resultado más elevado obtenido desde 1983.
“Hay retos que sólo podemos afrontar juntos”. Este ha sido el común denominador de los Primeros Ministros y Jefes de Estado que han comparecido en el Parlamento a lo largo de estos últimos años para hablar precisamente de esto, del futuro de Europa. Entre ellos hay muchas diferencias a la hora de abordar algunas cuestiones esenciales: la Política Fiscal en el seno del Mercado Único, la Unión Económica y Monetaria, la Política Económica de la Zona Euro, la Política Migratoria…
No son temas despreciables por cierto y ponen en evidencia las enormes dificultades que tenemos para resolver estas dos grandes brechas que han surgido entre nosotros estos últimos cinco años, la brecha Norte/Sur sobre la gestión económica y la brecha Este/Oeste en la política migratoria. Pero por encima de esas discrepancias, todos ellos coincidieron en que hay cosas que solo una Europa unida y fuerte puede abordar: negociar acuerdos comerciales con el resto del mundo; estructurar una defensa común dotada de un ejército europeo; unificar nuestra política exterior; liderar la lucha contra el cambio climático; defender un multilateralismo ordenado y justo; expandir los derechos humanos como base social de la dignidad humana; ordenar y regular la economía digital y el Internet de las cosas…
A todo eso y a mucho más llama la necesidad de la unidad europea y la mejora de su integración. “No se trata de hacer más sino de hacerlo mejor”, decían algunos de los dirigentes, como el Primer Ministro holandés, Mark Rutte, que algunas voces en Bruselas le colocan al frente del Consejo en sustitución Donald Tusk el próximo año. Pero, en realidad, se trata de ambas cosas: Hacer más y hacer mejor.
Por eso el informe reclama algunos cambios internos que habrá que abordar pronto: eliminar la unanimidad para muchas decisiones, hoy vetadas o ralentizadas hasta la exasperación por los vetos de unos y otros; devolver la iniciativa a la Comisión y darle un liderazgo político que le ha arrebatado el Consejo; hacer más fuerte el peso del Parlamento Europeo y el método comunitario en la gestión de las consensos internos; avanzar en el Mercado Único y en la cooperación entre los Estados miembros; asegurar la traslación y la aplicación del derecho comunitario a todos los Estados miembros, ... etcétera.
Además, es necesario mejorar la integración de esta Europa grande y diversa, demasiado heterogénea a veces, que reclamará probablemente el uso de cooperaciones reforzadas más frecuentemente cuando sólo un grupo de países decida avanzar en espacios que otros no quieren, como lo fueron Schengen o el Euro.
La salida del Reino Unido de la Unión (¿?) nos obligará a definir un nuevo marco de Asociación política y comercial con ese país tan importante y cercano. Será la ocasión de decirles a algunos que no quieren avanzar más, que tienen ese nuevo marco como salida. Es demasiado prematuro para decirlo, pero es necesario advertirlo.
Todo se verá. Las elecciones de mayo pueden crear un amplio grupo político nacionalista, pero será inferior a los dos grandes partidos europeos (PPE y S&D) y junto a Liberales y Verdes seremos una gran mayoría europeísta. Mal que les pese a Bannon, Salvini, Orbán y compañía.
Publicado en El Confidencial, 27/02/19