Insistía el lehendakari en su discurso en el Aberri Eguna en pedir a la Unión Europea «que ofrezca un cauce de solución a las realidades nacionales sin Estado para que puedan consultar a la ciudadanía en un referéndum legal y pactado» y al respecto reclamaba a la UE impulsar una «directiva de claridad». La cuestión no merecería más comentario si solo se tratara de una frase de mitin, en un día tan señalado además, como lo es el Domingo de Pascua en el calendario nacionalista. Pero esa y otras consideraciones de marcado perfil peneuvista han sido plasmadas en un documento que el lehendakari ha enviado al presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Junker, se supone que en nombre del gobierno que preside. El PSE-EE ya ha mostrado sus discrepancias. Como eurodiputado me gustaría hacer las mías.
La primera precisión es competencial. Los tratados europeos son muy respetuosos de la subsidiariedad, es decir, de no atribuir a la UE lo que corresponde a las instancias territoriales: Estado, comunidades o regiones y ciudades. Curiosamente, el documento del PNV está impregnado de este principio atribuyendo, en parte, la crisis europea a la lejanía de la Unión y a la falta de participación de «regiones constitucionales» (sic) en los procesos de decisión europeos. Pues bien, respetando ese principio y esa filosofía, la Unión Europea no puede entrometerse en el Derecho interno de los Estados y alterar nada más y nada menos que el marco constitucional de sus miembros. La UE no tomará en consideración semejante vulneración al reparto competencial de sus funciones. Ningún Estado de la Unión lo aceparía.
Por otra parte, la reforma de los Tratados en el sentido de aceptar como nuevos Estados miembros a aquellas regiones europeas (o naciones sin Estado como las llaman los nacionalistas) que hayan decidido independizarse en una consulta de autodeterminación, destruye uno de los pilares de la construcción europea, puesto que esta se construyó sobre la base del acuerdo de los Estados en el Consejo, es decir, el principio intergubernamental. Ningún Estado aceptará ser privado de su capacidad de decisión en asuntos tan importantes como son la entrada o la salida del club y la composición del mismo. El automatismo de la autodeterminación y la integración en la Unión Europea no lo aceptaría nadie.
Pero más allá de las insuperables dificultades jurídicas expuestas, en la UE, políticamente hablando, no hay ninguna simpatía por los movimientos separatistas y autodeterministas de sus regiones o comunidades nacionales. Nadie quiere reactivar los volcanes identitarios de una Europa llena de pueblos con historia o de comunidades nacionales sin Estado. La desaparición del Imperio austro-húngaro desparramó minorías nacionales en los países vecinos. Gran parte del nacionalismo-populismo de Orban en Hungría se basa en sus reivindicaciones lingüísticas y nacionales para sus minorías, lo que origina graves problemas de convivencia en otros países de la Unión, como Rumania, República Checa, etc. Italia, un siglo después de su unión nacional, muestra fracturas norte-sur gravísimas. Hay regiones como el Trentino-Alto Adagio tan austriacas como italianas. Escocia, Córcega, Flandes, las regiones ultraperifericas, ciudades-Estado alemanas, nuestras nacionalidades, son volcanes en riesgo de erupción. Incorporar a la Unión ese artilugio político que es la autodeterminación es encender esos volcanes para destruir lo que tanto nos ha costado construir. Nadie lo quiere y nadie lo hará. Balcanizar Europa no es la opción de Europa.
Por último, una llamada al realismo de la Europa de hoy. Estamos viviendo una policrisis casi existencial. El fracaso ante el tema migratorio; una vecindad conflictiva con Rusia que nadie sabe cómo ni cuándo acabará; una negociación con el Reino Unido para el ‘Brexit’ de consecuencias extraordinarias; una reformulación de la gobernanza del euro llena de complejidades y de contradicciones; un Pilar Social por desarrollar. Estamos combatiendo a Donald Trump y a su proteccionismo comercial, batallando contra los paraísos fiscales, haciendo la Unión Energética, la Agenda Digital, parando la ampliación a los países de los Balcanes, que llaman a nuestra puerta, frenando el populismo antieuropeo de naciones como Polonia y Hungría. En definitiva, estamos construyendo una Europa del siglo XXI y nuestros nacionalistas nos proponen introducir un artefacto jurídico en los Tratados para implosionar la Unión desde dentro y destruirla para siempre. Así de sencillo y así de brutal.
Es evidente que se trata de una propuesta muerta, nacida más para el consumo interno que para su consideración seria, pero eso no impide que debamos ser abiertamente hostiles a sus fundamentos, desde un europeísmo que exige a nuestros nacionalismos una reformulación de su proyecto en la Europa de hoy.
Publicado en EL Correo, 11/04/2018
La primera precisión es competencial. Los tratados europeos son muy respetuosos de la subsidiariedad, es decir, de no atribuir a la UE lo que corresponde a las instancias territoriales: Estado, comunidades o regiones y ciudades. Curiosamente, el documento del PNV está impregnado de este principio atribuyendo, en parte, la crisis europea a la lejanía de la Unión y a la falta de participación de «regiones constitucionales» (sic) en los procesos de decisión europeos. Pues bien, respetando ese principio y esa filosofía, la Unión Europea no puede entrometerse en el Derecho interno de los Estados y alterar nada más y nada menos que el marco constitucional de sus miembros. La UE no tomará en consideración semejante vulneración al reparto competencial de sus funciones. Ningún Estado de la Unión lo aceparía.
Por otra parte, la reforma de los Tratados en el sentido de aceptar como nuevos Estados miembros a aquellas regiones europeas (o naciones sin Estado como las llaman los nacionalistas) que hayan decidido independizarse en una consulta de autodeterminación, destruye uno de los pilares de la construcción europea, puesto que esta se construyó sobre la base del acuerdo de los Estados en el Consejo, es decir, el principio intergubernamental. Ningún Estado aceptará ser privado de su capacidad de decisión en asuntos tan importantes como son la entrada o la salida del club y la composición del mismo. El automatismo de la autodeterminación y la integración en la Unión Europea no lo aceptaría nadie.
Pero más allá de las insuperables dificultades jurídicas expuestas, en la UE, políticamente hablando, no hay ninguna simpatía por los movimientos separatistas y autodeterministas de sus regiones o comunidades nacionales. Nadie quiere reactivar los volcanes identitarios de una Europa llena de pueblos con historia o de comunidades nacionales sin Estado. La desaparición del Imperio austro-húngaro desparramó minorías nacionales en los países vecinos. Gran parte del nacionalismo-populismo de Orban en Hungría se basa en sus reivindicaciones lingüísticas y nacionales para sus minorías, lo que origina graves problemas de convivencia en otros países de la Unión, como Rumania, República Checa, etc. Italia, un siglo después de su unión nacional, muestra fracturas norte-sur gravísimas. Hay regiones como el Trentino-Alto Adagio tan austriacas como italianas. Escocia, Córcega, Flandes, las regiones ultraperifericas, ciudades-Estado alemanas, nuestras nacionalidades, son volcanes en riesgo de erupción. Incorporar a la Unión ese artilugio político que es la autodeterminación es encender esos volcanes para destruir lo que tanto nos ha costado construir. Nadie lo quiere y nadie lo hará. Balcanizar Europa no es la opción de Europa.
Por último, una llamada al realismo de la Europa de hoy. Estamos viviendo una policrisis casi existencial. El fracaso ante el tema migratorio; una vecindad conflictiva con Rusia que nadie sabe cómo ni cuándo acabará; una negociación con el Reino Unido para el ‘Brexit’ de consecuencias extraordinarias; una reformulación de la gobernanza del euro llena de complejidades y de contradicciones; un Pilar Social por desarrollar. Estamos combatiendo a Donald Trump y a su proteccionismo comercial, batallando contra los paraísos fiscales, haciendo la Unión Energética, la Agenda Digital, parando la ampliación a los países de los Balcanes, que llaman a nuestra puerta, frenando el populismo antieuropeo de naciones como Polonia y Hungría. En definitiva, estamos construyendo una Europa del siglo XXI y nuestros nacionalistas nos proponen introducir un artefacto jurídico en los Tratados para implosionar la Unión desde dentro y destruirla para siempre. Así de sencillo y así de brutal.
Es evidente que se trata de una propuesta muerta, nacida más para el consumo interno que para su consideración seria, pero eso no impide que debamos ser abiertamente hostiles a sus fundamentos, desde un europeísmo que exige a nuestros nacionalismos una reformulación de su proyecto en la Europa de hoy.
Publicado en EL Correo, 11/04/2018