Todo son preguntas sobre el futuro del Reino Unido después del Brexit y sobre el futuro de Europa sin el Reino Unido. Todo son especulaciones, la mayoría de ellas pesimistas en esta especie de mega crisis que azota a la Unión, aunque no sólo a ella y, que afecta a los fundamentos de nuestro contrato social y democrático.
Hoy sabemos algo más que ayer, porque el partido conservador británico se ha apresurado a sustituir a Cameron lo más rápidamente que han podido y por tanto, la crisis institucional en Downing Street ha sido, formalmente superada. La nueva premier ha dicho que va a cumplir con el mandato del referéndum y que va a negociar la salida del Reino Unido de la Unión: “Brexit is brexit”. Sabemos pues que las intenciones del Reino Unido son las de notificar a la UE su deseo de abandonar la Unión y que se activará, en consecuencia, el Art. 50 del Tratado.
Pero, a partir de aquí, vuelven las preguntas ¿Cuándo lo hará? ¿Tendrá el acuerdo de Westminster? ¿Superará las dificultades legales que le pondrán los escoceses? ¿Qué hará si Escocia pide un referéndum para irse del Reino Unido o pretende negociar en paralelo un estatus especial en Europa? ¿Qué pasará en Irlanda del Norte, si la República de Irlanda hace una OPA a Belfast? ¿Cuál será el modelo de relación con la UE que buscará Reino Unido en la negociación de salida? ¿Habrá elecciones generales en el Reino Unido antes de que acabe la negociación? ¿Se someterá de nuevo a referéndum la decisión final de salir de la UE, una vez conocidas las condiciones de salida?...
Vayamos por partes. Todavía habrá que esperar unos meses a que el Reino Unido notifique su marcha. Tiene que superar algunas dificultades legales internas importantes y resolver cuestiones políticas graves. En mi opinión es altamente improbable que el Reino Unido se desdiga de un mandato popular que, aunque no es imperativo jurídicamente, es políticamente inapelable. La posibilidad de que se convoque otro referéndum “revocativo” del anterior, me parece poco seria, incluso aunque por medio hubiera unas elecciones generales anticipadas. Estamos hablando de Gran Bretaña. Pero, con todo, la gestión del Brexit, se vislumbra tan compleja y sus efectos tan preocupantes que, hasta el momento, los vencedores han huido de la escena, como si hubieran sido aplastados por el pueblo.
Lo más probable es que la UE imponga duras condiciones.
El caso más llamativo es el de Nigel Farage, pero el más significativo es el de Boris Johnson, quien ha desaparecido como por encanto, no de sus adversarios precisamente. Y digo significativo, porque era él quien encabezó, lideró y protagonizó la campaña contra su compañero de filas y primer ministro, David Cameron. Todo el mundo suponía que después de su victoria, se presentaría a la elección de su partido para gestionar el Brexit que tan fervientemente defendió. Pues no. Ha desaparecido temporalmente del mapa, para reaparecer como Ministro de Exteriores. Una figura importante, pero lejos de la función de líder absoluta que jugó durante la campaña.
Veamos qué va a pasar ahora que la señora de mayo ha notificado su decisión final y ha constituido la delegación de negociación. Comienzan las rondas de un trabajo inédito (nunca antes se había ido nadie), que nos llevarán los dos años previstos en el Artículo 50 y quizás tengamos que prorrogarlos. Lo principal sin embargo es saber a qué modelo vamos, es decir, cuál es el marco de relación que establecemos para el Reino Unido y la UE en los diferentes planos en los que se deben basar las relaciones entre vecinos. Vecinos, no lo olvidemos, muy importantes cuantitativa y cualitativamente que, además, se separan después de haber vivido juntos los últimos 40 años.
Pero, por muy fuertes que sean las razones para establecer una sólida, estable y buena asociación con el Reino Unido, lo más probable es que la UE establezca muy duras condiciones para ese futuro. Primero porque tiene que evitar que el “efecto contagio” de ese referéndum nos destruya el edificio. La regla es clara: “si te vas, te vas y, además, lo pagas”. No es ni gratis, ni dulce. En concreto, si el Reino Unido quiere quedarse en el Mercado Único, y es bastante evidente que quiere y que debe hacerlo, tendrá que aceptar la libre circulación de bienes, capitales y personas. Y esto último, la libre circulación, es lo que los ganadores del Brexit prometieron evitar (el cierre de las fronteras a los europeos). Además, tendrán que pagar por ello y quizás alguien haga cuentas y descubra que disfrutar del Mercado Único desde fuera, es más caro que estar dentro de ella. Pero también, porque estamos hablando de una negociación de uno contra 27 y las necesidades de la City, de las empresas, del dinámico mercado laboral británico y del comercio británico, son tan evidentes que colocan al Reino Unido ante una dificilísima negociación.
¿Qué Europa nos quedará después del Brexit?
En todo este oscuro panorama el que lleva a algunos a plantearse si el Reino Unido no debería hacer otro referéndum, una vez conocidas las condiciones reales de salida. Puestos a especular, lo cierto es que las consultas referendatarias debieran limitarse a ratificar, o no, lo que la política ha construido y no lo que sentimentalmente desean los ciudadanos. Personalmente creo que eso que algunos llaman “Derecho a decidir”, no puede llevarnos a una cascada de consultas, imposibles de gestionar después, porque las respuestas binarias (Sí o No) a problemas complejos, acaban reclamando una decisión soberana semejante cuando se conocen las consecuencias de la primera.
Al fin y al cabo, la democracia representativa no es una forma devaluada, sino superior de la democracia. El caso británico es un buen ejemplo, pero no es el único. Quienes defienden el referéndum escocés, catalán…, para determinar la voluntad soberana de su país, ocultan que, por la misma razón deberían convocar otro después de conocidas las condiciones en que ese supuesto deseo se materializa porque, ese segundo referéndum, ofrecería a los ciudadanos la verdadera oportunidad de decidir sobre lo que significa una y otra opción. En definitiva, no me parece que sea el mejor método, ni el más democrático, para resolver cuestiones altamente conflictivas y complejas que reclaman, por el contrario, un ejercicio pensado y sereno del diálogo y la negociación como método de resolución.
Pero volvamos a Europa. ¿Qué Europa nos quedará después del Brexit? Esta es la gran pregunta que recorre los pasillos del Parlamento Europeo y los despachos de gobiernos y partidos después del terremoto del 23 de junio. Lo cierto es que la mayoría se ha puesto ya en posición de rearmar el proyecto, buscando la oportunidad de reforzar la integración europea. La idea que mejor expresa este impulso es avanzar en una integración más acusada de los países de la Zona Euro, reforzando su gobernanza económica, mejorando su estructura institucional y su funcionamiento democrático y, haciendo más patente la idea social y política de la Unión ¿Es eso posible, me dirán ustedes, al observar los vientos nacionalistas y populistas en Dinamarca, Polonia, Holanda o Hungría? ¿Hay fuerzas federalistas que alimentan todavía el ya viejo slogan: “Más y Mejor Europa”?
La idea es solo una Europa.
Mi opinión es que Francia y Alemania, acompañados de Italia, España y los países del Euro, seguimos manteniendo la llama del proyecto europeo y la mayoría de los partidos que representamos a esos países -y creo que también los ciudadanos- seguimos defendiendo una integración supranacional que responda a la vieja demanda de Paz y Libertad que alimentó este proyecto en el Siglo pasado y que responde hoy a las exigencias de la globalización y a los retos del duelo EEUU-China para el Siglo XXI.
Persistir en ese proyecto exige tres cosas. De una parte, combatir ese retro nacionalismo antieuropeo con todas nuestras fuerzas. De otra, responder desde Europa a las demandas de seguridad y bienestar que nos demandan los ciudadanos y, por último, dejar muy claro a los países que no quieren esa Europa, que pueden abandonarla para construir un nuevo marco de Asociación con la Unión, sin pertenecer políticamente a ella.
Esto se parece bastante a la famosa “Europa a dos velocidades” que hizo furor después de Maastricht, pero se diferencia de la situación actual en la claridad. No hacemos una Europa con un núcleo duro y una Europa a la carta, en la que diez o doce países están orbitando alrededor con diferentes “opt-outs”. No. La idea es solo una Europa. La idea es poner fin a la Europa a la carta y trasladar toda esa flexibilidad que mide el gradiente de nuestras relaciones, a través de un Acuerdo Marco de Asociación, que regule las condiciones de la misma. En eso estamos algunos. Más claridad y sobre todo firmeza en la idea de Europa.
Publicado el 31/08/2016 para The Economy Journal.