¿Recuerdan ustedes aquellas imágenes de una viejísima película en la que se veía a los niños de la Guerra Civil subidos a un barco, despidiéndose de sus madres en el muelle de Santurtzi? Confieso que pocas escenas me han producido mayor emoción. Niños y niñas, desde los cinco hasta los doce o catorce años, saltan, gritan alborozados de alegría y emoción, asomados a la baranda del barco, por la aventura maravillosa de un viaje al extremo del mundo, mientras sus madres lloran desconsoladas porque no saben ni cuándo ni cómo los recuperarán y, en el fondo de su angustiado corazón, temen perderlos para siempre. Tienen a sus maridos en el frente de la guerra o quizás ya hayan muerto, y envían a sus hijos a Rusia para salvarlos de la crueldad de la guerra y de todas sus dramáticas consecuencias.
Cuando rememoro aquellas imágenes que expresan sentimientos tan vivos y profundos, comprensiblemente antagónicos entre las madres y sus hijos, en aquellos dramáticos momentos de 1936, y añado luego el desenlace histórico que se produjo, siempre acabo conmovido por aquel episodio de nuestra historia, que hoy podemos ver en la exposición que han montado en el Euskaduna las fundaciones Largo Caballero y Pablo Iglesias.
Cerca de 4.000 niños, la mayoría vascos y asturianos, acabaron llegando a Rusia. Su vida allí fue un horror, si la miramos con nuestros filtros actuales. Recogidos en orfanatos de una pobreza extrema, fueron distribuidos en diferentes lugares de la extensa e inmensa URSS, sufrieron las consecuencias de una segunda guerra, más larga y no menos cruenta que la española, y muchos de ellos tuvieron que ayudar o, directamente, alistarse y pelear en ella. El resto se integró y sobrevivió en su nuevo país. Estudiaron, trabajaron, se casaron, vivieron en definitiva como buena o malamente pudieron. Valga, como anécdota ilustrativa, el caso de una niña que estudió su carrera, creo que Filología o Historia, viviendo en el metro de Moscú durante años.
¿Se imaginan ustedes la angustia de sus madres y padres reclamando su vuelta, desde el final de la guerra en 1939? Padres y madres que habían perdido uno o dos o hasta tres hijos en aquella decisión desgraciada. Durante años creímos que Franco impidió la vuelta de los niños, pero se ha constatado que Stalin, y más concretamente su lugarteniente Suslov negaron tal posibilidad ante las reiteradas peticiones de, entre otros, el entonces lehendakari en el exilio Agirre, que expresamente se dirigió a las autoridades de la URSS solicitando la repatriación de todos los niños. Años más tarde, muchos años más tarde, cuando los niños de la guerra ya eran rusos de avanzada edad, algunos de ellos volvieron. Otros quedaron en su nuevo país, con sus familiares y amigos. Hoy son personas mayores, la mayoría de más de 75 años, que malviven en la pobre Rusia con pensiones de miseria. Y ahora vuelvo al presente y les explico a qué viene este ejercicio de reivindicación histórica, en parte nostálgico y en parte reivindicativo.
Hace unas semanas, en el Congreso de los Diputados, todos los grupos políticos de la oposición pedimos al Gobierno un complemento a la pequeña pensión española que cobran desde hace unos años. Efectivamente, hace diez años, el Gobierno socialista reconoció a estos 'niños de la guerra' una pensión equivalente a algo más de la mitad de la pensión no contributiva española (aproximadamente 150 euros al mes).
Pues bien, hace un año visitamos Moscú una delegación del Parlamento español, integrada por todos los partidos del arco parlamentario, en el marco de una iniciativa de amistad con Rusia, entre nuestras respectivas instituciones. En el curso de la visita, nos entrevistamos con la Asociación Nostalgia, que así se llama la organización que agrupa a los viejos niños de la guerra. Les aseguro que fue emocionante escuchar un canto en euskera a una valerosa señora que, al vernos a Iñaki Anasagasti, Begoña Lasagabaster y a mí, quiso exhibirnos sus recuerdos infantiles tan celosamente guardados durante más de setenta años.
Pues bien, a estas alturas quedan sólo 280 de estos niños y en pocos años serán sólo historia. Nos hicieron una angustiosa petición: «Por favor, necesitamos cobrar la pensión no contributiva completa (aproximadamente cien euros más de lo que cobran), porque no podemos vivir con los sesenta o setenta euros al mes que cobramos, de media, de la pensión rusa».
Todos los grupos políticos, incluidos los tres representantes del Partido Popular, nos comprometimos a gestionar ante el Gobierno de España esta petición tan elemental como justa. El Gobierno no escuchó esta demanda y la oposición la convirtió en proposición no de ley. Todos los grupos la hemos apoyado, pero el PP la rechazó el martes día 16 de diciembre, por razones que no pueden ni llamarse así. Con argumentos que ni siquiera merece la pena citar. Simplemente dijeron «no» y así acaba esta petición de estos pobres españoles que nunca pudieron serlo y a los que dejaremos morir en la indigencia.
Es difícil imaginar una vida más desafortunada. Un exilio en plena niñez, y una separación brutal de sus padres. Un país de acogida pobre y en guerra. Sin libertad para volver. Sin libertad para vivir. Y al final de su vida les toca la brutal transformación del régimen comunista hacia un capitalismo salvaje y en parte corrupto y mafioso. Cuando sólo les quedan unos años para vivir, les negamos una mísera ayuda para una pensión insuficiente. ¿Será por dinero? No lo creo. En 2004 serán 250 los niños en la antigua URSS. El coste total de esta ayuda no pasaría de 1,5 millones de euros (aproximadamente 200 millones de pesetas) en los cuatro o cinco años que todavía durará. Hay ocasiones en que la política resulta incomprensible, además de absurda. En este caso, por ejemplo, se trata de una estúpida injusticia.
En la carta que la Asociación Nostalgia me envió reiterándonos la petición que nos habían hecho en Moscú, su presidente nos decía: «Es lo último que pedimos al Gobierno de España. Casi todos pasamos de los 75 años, por lo que poco nos queda para pedir algo más. En Rusia quedan ya 250 españoles y para 2004 quedaremos, en el mejor de los casos, 230. Como ustedes conocen, después de trabajar en Rusia más de 50 años contribuyendo con parte de nuestro salario al fondo de pensiones de la ex URSS, en Moscú cobramos 60 euros al mes, por ser la ciudad más cara de Rusia, ya que los españoles que viven en las provincias cobran entre 20 y 40 euros. Para que se hagan una idea de lo que significa esto, un bonobús en Moscú cuesta 15 euros al mes, o sea, el 25% de la pensión mensual».
Con frecuencia se ha dicho que la izquierda española confundió perdón con olvido en la Transición democrática del postfranquismo. Coincido con esta apreciación. Fue tal nuestro deseo de conciliar a las nuevas generaciones para construir un país en paz y en libertad, que, con el fin de no abrir heridas, corrimos un tupido velo sobre los años de plomo y de hambre que siguieron a nuestra guerra. Confundimos perdón con olvido. Fue bueno perdonar, pero fue un error pretender olvidar, porque la memoria del pasado debe iluminar el futuro. Hoy podemos hablar y recordar estos episodios. Pero ¿podemos hacer justicia con ellos? El PP cree que no. Memoria, nostalgia y ¿por qué no justicia?
El Diario Vasco, 8/01/2004