11 de noviembre de 2024

Esperanzas frustradas.

"La caída del muro -la apertura más bien-, aquel 9 de noviembre de 1989, es uno de esos acontecimientos que llegó inesperadamente. Nadie había anticipado ni cuándo, ni cómo ,iba a desmoronarse, no solo el muro, sino con él ,el imperio soviético, creado a raíz de la revolución rusa de 1917 y de la derrota del nazismo en 1945.Es mas, el hecho mismo de la desaparición brusca de todo ese entramado político ,no entraba en los cálculos de casi nadie en aquellos momentos."

De manera que el mundo ya se había hecho impredecible en aquellas fechas y muchas de las cosas que estaban ocurriendo llegaron sin que los analistas o las cancillerías, las hubieran anticipado y sin que nadie, absolutamente nadie, pudiera determinar sus enormes consecuencias. El mundo, además de imprevisible, empezaba a ser por ello incierto, además de inmediato e interconectado, haciendo que todos los acontecimientos que ocurrían en cualquier rincón del planeta, provocara efectos inmediatos en el resto, en un mundo concatenado.

Ocurrió así. Simplemente una tarde de aquel mes de noviembre de hace 35 años, una puerta se abrió y el mundo cambió. Alemania se unificó y se refundó en muy poco tiempo.

El Este de Europa se democratizó en procesos paralelos a su desvinculación de la URSS Acabó la guerra fría y el conflicto ideológico que ella encerraba. El mundo dejó de ser bipolar y el dominio americano se hizo abrumador. Profundas y dolorosas transformaciones se iniciaron en todas las economías ex-soviéticas. La Unión Europea acogió a los nuevos países “liberados” y los integró en la UE a principios de siglo .Y, finalmente ,la geopolítica de la OTAN y de la Unión Europea ,entró en fase evolutiva a través de unos acuerdos con Rusia que parecían territoriales y armamentísticos y que en el fondo no lo fueron y acabaron creando una guerra en Ucrania y una profunda sima con el agresor.

Todo eso ya es sabido. Interesa mucho más, creo yo, preguntarse por qué, lo que parecía un futuro feliz, se ha convertido en un mundo incendiado .Porque ,si recapitulamos, a finales del siglo pasado con la caida del muro y el fin de la guerra fría, parecía que el futuro estaría dominado por la paz ,por la extensión de la democracia, por los tratados de contención y control de armas nucleares y por el crecimiento económico de una globalización que integraba en el trabajo formal a cientos de millones de personas, hasta entonces marginadas y empobrecidas e impulsada por una revolución tecnológica que comenzaba a ser la gran revolución industrial del siglo XX y del XXI.

Los atentados de las Torres Gemelas en 2001 abrieron las puertas del infierno. Fueron el principio de una larga lista de atentados terroristas con un trasfondo religioso integrista que escondía además ,una contienda civilizatoria contra las democracias occidentales. Al terrorismo le siguió una crisis financiera que hizo temblar las bases del sistema capitalista global. Estados Unidos y sobre todo Europa, sufrieron entre 2008 y 2012 la mayor crisis económica de sus últimos cincuenta años.

Fueron años de policrisis. Terrorismo, depresión económica, crisis social y fenómenos migratorios ,fueron la base de la aparición de una suerte de nacionalismos populistas y la emergencia de los llamados “hombres fuertes”, hacia la autocracia. Recordemos: Brexit, Hungría, Turquía, Rusia, India, Brasil,....Las democracias sufrían por la tentación autoritaria y el abuso de poder de regímenes formalmente democráticos que, sin embargo, estaban destruyendo los principios liberales de la democracia y eliminando los contrapoderes que balancean ese régimen político.

Luego vino la pandemia ,con su larga lista de dramáticas consecuencias, humanas y socioeconómicas. Finalmente, llegó la guerra a Europa, con la invasión de Rusia a Ucrania y todos los parámetros del derecho internacional y los delicados equilibrios que sostenían el puzzle identitario del Este europeo saltaron por los aires .Ahí estamos ,en plena guerra en Europa y temiendo que el nuevo imperialismo de Putin nos someta a escenarios bélicos que creíamos olvidados para siempre.

¿Qué hemos hecho mal para llegar a este desastre? ¿Que no hemos hecho y debimos hacer?. Son muchas las respuestas a estas inquietantes preguntas y son distintas según sea la óptica que elijamos para ello. Sin embargo, en mi opinión, hay tres reflexiones obligadas.

La primera es la que tiene que ver con la globalización económica de estos últimos 25 años, que ha sido claramente desordenada y poco reflexiva sobre sus consecuencias. Una deslocalización enloquecida en busca de bajos costes laborales y al mismo tiempo millones de trabajadores sufriendo esa competencia sobrevenida. Con la implosión de la burbuja inmobiliaria y con la crisis bancaria y financiera posterior, el contrato social de Occidente se debilitó por la desprotección de sus clases medias y el crecimiento de la desigualdad.

Nuestras democracias sufrieron así un coste de credibilidad, por la desconfianza que generan los gobiernos ineficaces frente a estas batallas cruciales para la mayoría de los ciudadanos. En la crisis democrática influyen, claro está , otros muchos factores , pero en el abanico de nuestras medidas rehabilitadoras , la recuperación de la seguridad económica y la igualdad de oportunidades , están en lugares preferentes.

En segundo lugar, Occidente ha fracasado en su política hacia el mundo en desarrollo, que ahora llamamos el Sur global, especialmente hacia el mundo árabe .Las guerras en Kubait, Irak, Siria ,el norte de África (que quemó las expectativas de lo que ingenua y prematuramente llamamos primavera árabe), Oriente Medio, que estalló después y el conflicto árabe israelí de estos últimos años, golpearon y golpean, desgraciadamente todavía ,el corazón mismo de esa contienda ,entre integrismo musulmán y democracia, entre Sur global y Occidente.

La política migratoria europea es un buen ejemplo de ese fracaso. El rechazo y el odio hacia el islam que se desprende de los movimientos ultras antimigratorios en Europa, nos enemista con muchos e importantes países del mundo. La política europea en esta materia es verdaderamente suicida porque entre el año 2025 y el 2050 Europa perderá aproximadamente 50 millones de personas en edad de trabajar y necesitaremos una inmigración que nos negamos a aceptar. La imagen de Europa rechazando los migrantes africanos o asiáticos ,que mueren en el Mediterráneo, o expulsándolos a campos de refugiados subcontratados en África o en otros países, generará un odio histórico hacia nosotros.

Nuestro alineamiento con Estados Unidos, en muchas ocasiones y en muchos de los conflictos internacionales de los últimos años, nos sitúa en un frente que no siempre nos representa .Nuestra división interna en el conflicto palestino nos convierte en irrelevantes en el conflicto árabe- israeli. Peor aun , mas allá de la conciencia moral expresada por el Alto Representante europeo contra los crímenes de Israel en su guerra en Gaza, Cisjordania y Líbano, Europa esta siendo percibida como una potencia mas cercana a las posiciones israelitas que a las árabes .

Por último, Borrell dijo en el año 2019 que Europa tenía que aprender el lenguaje del poder. En la misma línea, yo creo que Europa tiene que hacerse mayor y convertirse en un agente internacional que defienda sus códigos democráticos y civilizatorios, sus valores morales, su multilateralismo ordenado y de paz en el mundo, su apuesta por un comercio internacional regulado, con más fuerza y eficacia. Europa tiene que liderar el fortalecimiento de las instituciones multilaterales y las organizaciones de Naciones Unidas. Establecer sus relaciones con China, con Oriente Medio, con Turquía, con India, con otros grandes actores, en base a sus propios intereses. Europa tiene que ser autónoma en su sistema defensivo, en sus relaciones con su vecindad, en su seguridad económica y energética, en su autonomía estratégica y en la defensa de los compromisos internacionales para un planeta sostenible. Todo eso requiere una Europa más fuerte ,más unida y consciente de su papel en el mundo.

Publicado en La Hora digital, 11/11/2024

6 de noviembre de 2024

Nos estamos suicidando.

El año pasado entraron en Europa 350.000 migrantes irregulares. Son el 0,08% de su población. ¿Es tan difícil gestionar estas cifras entre los 27 Estados?

Que Europa está amenazada en múltiples planos de su futuro es cosa sabida. Nuestro diferencial con China y Estados Unidos en ámbitos tecnológicos, energéticos, comerciales y económicos en general nos lo recuerdan todos los días. Que esos desafíos nos obligarán a esfuerzos económicos inéditos y exigirán una unidad europea difícil de predecir nos lo demandan los dos informes que guiarán la política europea los próximos años: el informe Letta sobre mercado interior y el informe Draghi sobre competitividad.

La nueva Comisión Europea que preside Von der Leyen tomará posesión el 1 de diciembre y tiene por delante cinco años trascendentales para empezar a superar todos esos retos, que llaman a nuestra puerta con angustiosa urgencia. Pero, además y antes de todo ello, Europa enfrenta un tema mayor: la inmigración. La foto que más ha trascendido del Consejo de octubre en Bruselas es la de la señora Meloni encabezando un grupo de trece países europeos, pidiendo a la presidenta de la Comisión que incluya entre las medidas contra la inmigración irregular su expulsión a ¿campos?, ¿cárceles? de algún país africano -¿quizás Uganda?- de los inmigrantes irregulares, como quiere hacer Italia con los suyos en Albania.

A la señora Meloni la acompañaban países con gobiernos de todos los colores: conservadores (Grecia), socialdemócratas (Dinamarca) o coaliciones con la ultraderecha (Holanda), entre otros. La foto y su significado son deprimentes. ¿De verdad creen todos estos dirigentes que el tema migratorio se arregla así? Ya hemos visto el resultado de esa política en Italia, rechazada por los tribunales europeos e italianos por contraria al derecho de asilo. Pero más allá de argumentos jurídicos y sobre todo morales, esta política es suicida demográficamente hablando.

Permítanme recordar algunas cifras. Europa perderá 49 millones de personas en edad de trabajar (entre los 20 y los 64 años) hasta 2050. La edad media en Europa en 2004 era de 39 años, en 2050 será de 49. La población de 65 o más años crecerá desde los 91 millones en la actualidad a 130 en 2050. Ese año seremos el 5% de la población del mundo. En África son ahora 1.300 millones y serán 2.500 en 2050. Saquen ustedes mismos las conclusiones. Somos pocos y viejos y necesitamos más de dos millones de emigrantes cada año, no solo para cuidar a nuestros mayores y nuestros hogares, o para ocupar los empleos que nosotros no queremos, sino para que nuestras cuentas de la Seguridad Social sean sostenibles.

El año pasado entraron irregularmente en Europa 380.000 inmigrantes, de ellos 150.000 cruzando el Mediterráneo, 100.000 a través de los Balcanes y el resto, por los aeropuertos. Son el 0,08% de los 450 millones de ciudadanos en Europa. ¿Es tan difícil gestionar esas cifras entre los 27 Estados? Pero no los queremos. Lo peor de la foto es que esos dirigentes están presionados por sus opiniones públicas. Eso es lo grave. Una ciudadanía asustada, engañada, insolidaria percibe como un riesgo social o una peligrosa competencia laboral la inmigración, especialmente la procedente de países de religión islámica.

La UE alcanzó un pacto este año para repartir la inmigración irregular y ayudar así a los países que la reciben. A cambio de negarse a acogerlos, se imponían fuertes multas por cada inmigrante rechazado. Pues bien, ya son 15 los países que se han retirado del acuerdo y aumentan cada día las restricciones internas en cada Estado para el acomodo de esas personas. Cerramos nuestras fronteras poniendo en riesgo el propio mercado interior.

La presión migratoria exterior irá en aumento. Nos negamos a reconocer que el verdadero 'efecto llamada' lo ejerce una sociedad envejecida y acomodada al subcontratar los empleos más duros y difíciles en numerosos países empobrecidos o en conflicto y en el continente africano, que casi duplicará su población en los próximos 25 años, con una edad media cercana a los 25 años.

Hay países que se han hecho grandes y prósperos con una inmigración constante, regulada y muchas veces irregular. Estados Unidos, Canadá y Australia son buenos ejemplos. Incluso la España del siglo XXI se está haciendo grande y está creciendo económicamente gracias a una inmigración constante.

Europa debería abrir consulados en los países de origen para traer, ordenadamente, a muchos de los que se embarcan en cayucos, distribuyéndolos después entre los Veintisiete, que, a su vez, deberían encargarse de formarlos e insertarlos en el mercado laboral. Pero esto es utópico en un continente que respira tanta insolidaridad como ceguera y tanta intolerancia como estupidez. Nos estamos suicidando.

Publicado en El Correo, 6 Noviembre 2024