7 de septiembre de 2025

Hubo un tiempo

 Hubo un tiempo en el que los países dialogaban en foros internacionales para combatir riesgos para la humanidad y establecían así grandes acuerdos multilaterales para evitarlos. Ordenar la pesca y salvar los océanos, luchar contra el cambio climático, son algunos ejemplos.

Hubo un tiempo en el que Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad tenían capacidad para aprobar o prohibir intervenciones militares en determinados países .No eran posibles las viejas guerras en medio de Europa, ni los genocidios televisados.

Hubo un tiempo en el que las agencias de las Naciones Unidas regulaban y gestionaban aspectos fundamentales de las actividades humanas: el comercio (OMC), la Salud (OMS) y otras.

Hubo un tiempo en el que la comunidad internacional creó un poderoso y universal procedimiento (ODS), para alcanzar objetivos en materias de comunes aspiraciones: erradicar la pobreza, avanzar en la igualdad, asegurar la sostenibilidad del desarrollo, etcétera, fijando 17 grandes metas en una agenda universal 2030 para el desarrollo sostenible.

Hubo un tiempo en el que las principales potencias nucleares establecían acuerdos y compromisos de desarme nuclear y control mutuo de ese armamento, letal para la humanidad.

Hubo un tiempo en el que los derechos humanos, un código universal de respeto y dignidad del ser humano, se desarrollaban y se aplicaban progresivamente en el mundo entero, como una especie de suelo básico, de moral mínima, aplicable a toda actividad política y económica en todos los lugares de la Tierra.

Hubo un tiempo en el que el derecho internacional, sus reglas y las instituciones que lo aplicaban, eran respetados y aplicados rigurosamente en las contiendas internacionales. Los conflictos territoriales o de otra índole entre vecinos se resolvían apelando a tribunales trasnacionales o con la mediación de organismos internacionales.

Hubo un tiempo en el que el comercio internacional avanzaba hacia grandes acuerdos entre países y bloques económicos, sometidos a arbitrajes y normas internacionales que garantizaban los derechos y los intereses de las partes y facilitaban el comercio sin peajes normativos ni aranceles, para hacer libre e igual el comercio internacional.

Hubo un tiempo en el que la cooperación internacional de los países desarrollados con los países que no lo estaban era una obligación moral e histórica, asumida por las opiniones públicas y legalmente soportada por los presupuestos nacionales de los países ricos, en una progresión –nunca alcanzada– de lograr el 0,7% del PIB de cada país.

Hubo un tiempo en el que las necesidades militares de Defensa se reducían en función de un clima general de paz, consecuencia de la desaparición de las amenazas bélicas, que acentuaba la conciencia general de que la guerra ya no sería posible en el horizonte de nuestras vidas.

Hubo un tiempo en el que las democracias se extendían por el mundo, hasta el punto de creer que era el único régimen político posible y que tarde o temprano, todos los países –incluso China o Rusia– acabarían asumiendo las reivindicaciones ciudadanas de la libertad y sus consecuencias.

Hubo un tiempo en que las aspiraciones políticas de la mayoría estaban vertebradas en torno a proyectos políticos y partidos que articulaban un debate y una deliberación pública ordenada y constructiva. El Estado del Bienestar era el eje de esa dialéctica y los valores y las reglas de la misma regían para todos.

Ese tiempo y ese mundo han desaparecido o están camino de ello. No hace tanto de ese tiempo. De hecho, ese era el mundo de ayer. De ayer mismo.
Esta descripción, un poco simplificada quizás, pero real como la vida misma, evoca aquellas memorias inolvidables (‘El mundo de ayer’, 1942), en las que el genial Stefan Zweig describía con pluma brillante la vida apacible y despreocupada de Viena y buena parte de Europa a finales del siglo XIX y principios del XX, antes de las dos grandes guerras y la llegada del nazismo.

 La evocación es más literaria que real, porque las diferencias políticas, sociales y económicas con aquella época son enormes, pero viene a cuento como elemento reactivo frente al desastre. Porque, como entonces, nos invade una especie de impotencia ideológica ante lo que algunos consideran tendencias irremediables y se percibe un abatimiento universal ante un mundo en decadencia inevitable. Como si la aparición de estos nuevos ‘hombres fuertes’, estos nuevos líderes imperialistas, estuviera modelando un mundo salvaje e inapelable. Por eso es necesaria esta descripción provocativa, para convocar a todos a la recuperación de unos valores y unos principios sobre los que construir un mundo habitable y en paz, con justicia, libertad y dignidad humana. En definitiva, para construir nuestro propio futuro.


Publicado para El Correo, 7-9-2025

 

26 de agosto de 2025

"La libertad, ¿para qué?": para ser libres.

Hay una vieja anécdota que ilustra bien el compromiso del socialismo español con la democracia y la libertad.

En el fragor del debate ideológico surgido en todos los partidos de la izquierda europea por el triunfo de la revolución soviética, una delegación del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se entrevistó con Lenin en 1920 y, en el curso de la conversación, Fernando de los Ríos le preguntó cuándo recuperarían la libertad los ciudadanos rusos.

"La libertad, ¿para qué?", fue la respuesta del líder comunista, lo que provocó el rechazo del PSOE a entrar en la Tercera Internacional y motivó la escisión y creación del Partido Comunista de España (PCE).

Fernando de los Ríos adornó la narración de este diálogo con una respuesta que nos marcó para siempre: "¿Para qué?, la libertad para ser libres".

La ecuación entre la izquierda política y la democracia y libertad no ha sido pacífica. Demasiado tiempo, en demasiados sitios, hubo una izquierda que consideraba la democracia solo un medio para llegar a una sociedad más justa.

Demasiadas experiencias políticas han sacrificado la libertad en el altar de la igualdad. En este proceso, una pretenciosa 'democracia real' se sobreponía a una denostada 'democracia formal'.

Hubo un tiempo en que esa concepción instrumental de la democracia al servicio de un ideal igualitario tuvo su explicación en el contexto geopolítico de la Guerra Fría, y/o en los países en los que se luchaba por la dignidad humana y la justicia contra tiranías que negaban, a sangre y fuego, los más elementales derechos humanos.

Era el siglo XX y el muro cayó. Los golpes militares desaparecieron afortunadamente. El mito de Lenin se derrumbó y la crueldad del gulag y Stalin no admiten ya dudas.

Sin embargo, las tentaciones autocráticas y antidemocráticas tienen demasiada presencia en ciertas izquierdas latinoamericanas.

Todavía quedan tres regímenes políticos en América Latina que se proclaman de izquierdas y oprimen, a su vez, a sus pueblos negándoles la libertad y la democracia, y se perpetúan en el poder mediante la represión. No hace falta citarlos.

También deben preocuparnos las tentaciones populistas de algunas propuestas, que se envuelven en la llamada 'democracia directa', y, sin embargo, pueden atacar las bases del Estado de derecho.

Puentear a las cámaras legislativas cuando estas rechazan los proyectos de ley del Ejecutivo, y amenazar con la convocatoria de un referéndum para que la ciudadanía apruebe o no esos proyectos, es una de ellas.

Quien tiene la legitimidad para aprobar las leyes es el Legislativo, no el pueblo. Este ya eligió a sus representantes para esa función, y apelar a él para puentear a las cámaras es destruir una de las más importantes reglas del Estado de derecho: la separación de poderes y, en este caso, las funciones del Legislativo.

Elegir a los jueces en elecciones supuestamente democráticas, con un nivel de participación inferior al 15% del censo, en listas elaboradas o patrocinadas por los partidos políticos, es otra peligrosa tendencia populista que lesiona y puede destruir otro de los pilares del Estado de derecho: la independencia del poder judicial.

La justicia emana del pueblo, sí, pero se constituye en poder arbitral de las contiendas, legitimada por la independencia de cada uno de los jueces que dictan las sentencias, libres de cualquier presión o dependencia política o social.

La dependencia electoral no hace a los jueces más independientes, sino menos porque son elegidos por una minoría ciudadana sobre propuestas partidarias.

Sabemos bien que las fronteras entre los poderes son difusas y conflictivas. Conocemos los problemas que sufren los presidentes elegidos por el pueblo, quienes a su vez no disponen de mayorías parlamentarias.

Cierto es que hay jueces conservadores, y que a veces hay abusos inquisitoriales y cierta politización de la justicia.

En todas las democracias hay poderes mediáticos polarizantes al servicio de proyectos partidarios.

Hay ciertas manipulaciones y falseamientos tecnológicos de la verdad. Hay muchas fuerzas que conspiran contra la democracia y muchas imperfecciones en este sistema político.

Sabemos todo esto, pero nosotros, la izquierda política, debemos ser, precisamente por eso, los principales defensores de sus reglas y principios.

No tenemos otro instrumento de acción política transformadora. No hay socialismo sin libertad. No hay igualdad social sin democracia. La democracia no es un medio, es un fin. No hay una 'democracia real' sin 'una democracia formal'.

La democracia es imperfecta, lo sabemos, pero si en ella no hay libertad, ni derechos, ni ciudadanía, ni elecciones libres, ni igualdad ante la ley, ni Estado de derecho, ni derechos humanos, ni dignidad humana…

Esas aspiraciones son la esencia de los proyectos socialdemócratas; en mi opinión, la mejor fusión de libertad e igualdad.

La izquierda no puede sostenerse en las dictaduras y la represión de su pueblo. Eso es la autocracia y el totalitarismo.

No hay nada que justifique la represión y la persecución de la gente. Nunca habrá una razón suficiente para falsear la voluntad del pueblo en elecciones fraudulentas.

Desgraciadamente, muchas amenazas a la democracia provienen de proyectos extremistas y populistas situados en la derecha política.

Pero, en América Latina, la izquierda, más que en otros sitios, necesita sobreponerse a esas experiencias totalitarias y acreditar su compromiso con la libertad y la democracia como santo y seña de su proyecto político. Ahí estará también la mayoría de sus pueblos.

Publicado en El Español, 26/08/2025




20 de julio de 2025

Certezas, razones e intuiciones.

La desmesura de la oposición fortalece al Gobierno. Pero si no hay Presupuestos en 2026 ni los socios moderan sus exigencias, llegará lo que todos sabemos.

Una certeza es que no habrá moción de censura porque no hay mayoría en la oposición para construirla. Otra es que tampoco habrá moción de confianza porque los socios no la desean y prefieren mantener al Ejecutivo sin una declaración tan expresa de apoyo. Certeza, por último, es que parecemos condenados a un enfrentamiento terminal hasta las próximas elecciones generales, sean estas cuando sean. La estrategia del PP no deja lugar a la esperanza de acuerdos transversales y la del Gobierno y sus socios camina en la misma y antagónica dirección.

Hay tres razones que explican la voluntad del PSOE de superar los últimos acontecimientos sin caer en la tragedia. Frente a demandas de dimisión del presidente, convocatoria electoral o congreso extraordinario, todas ellas cargadas de legitimidad democrática y de una cierta moralidad ejemplarizante, hay una razón pragmática, otra de orden interno y una tercera de carácter moral y colectiva.

Empezando por esta última, digamos que el conjunto de los actuales dirigentes del PSOE (los cuatrocientos reunidos en el Comité Federal) creen que las causas del escándalo están perimetradas a conductas individuales y que nada ni nadie probará lo contrario. Es algo así como un grito colectivo que reivindica a un partido y su acción política por encima de las causas judiciales abiertas a dos de sus dirigentes, por importantes y graves que sean estas.

La segunda responde a la realidad orgánica. El actual PSOE es un partido más vertical y jerarquizado que nunca, sin disidencias internas y sin segundos niveles alternativos. La dependencia ministerial de algunos de sus principales líderes territoriales es buena muestra de ello. El liderazgo orgánico de Sánchez es tan rígido como sólido. El partido depende de él y resulta difícil contemplar su futuro sobre otro liderazgo. De hecho, cuando se contempla esta hipótesis no hay nombres de alternancia.

La tercera razón es más pragmática todavía. Admitidas las exigencias de responsabilidad política del secretario general del PSOE por estos nombramientos, su respuesta se ha planteado en un doble plano: reconocerlas y pedir perdón por una parte y, por otra, proponer medidas internas (en su partido) y externas (en el Gobierno y en las leyes) contra estos hechos. El tiempo dirá si los ciudadanos las consideran suficientes.

Pero asumir esta responsabilidad dimitiendo y convocando elecciones equivaldría a una autoinculpación política que habría determinado toda su vida política y la del partido que lidera. Es difícil hacerse el harakiri de esta manera. Se ha dicho que en otros países esas dimisiones son moneda corriente en casos semejantes. Por ejemplo en Portugal, cuando António Costa renunció por mucho menos. ¡Cierto! El resultado es que el Partido Socialista de Portugal perdió el Gobierno, luego las elecciones y hoy es la tercera fuerza política, superada por la extrema derecha de ese país, cuando judicialmente la denuncia quedó en nada.

Entre las intuiciones, destaca una: esa nueva polarización surgida entre PP y Vox por disputarse un creciente electorado extremo puede acabar fortaleciendo el espacio de apoyo social al Gobierno. Es tal la exageración de la oposición y la desmesura de los insultos, que provocan un justificado temor a su acceso al poder. Todas las líneas rojas de esa dialéctica (desde encarcelar al presidente a expulsar a 8 millones de inmigrantes) se han sobrepasado grave y reiteradamente estos últimos días. Todo ello en un contexto internacional en el que la extrema derecha de Trump está destruyendo los valores más esenciales de la dignidad humana: la solidaridad, la cooperación, el derecho y la paz. Curiosamente, factores exógenos están justificando y fortaleciendo la coalición.

Se intuye, por último, que el Gobierno pasará el verano, si las responsabilidades penales del escándalo no superan el perímetro individual de los imputados. Pero su prueba del nueve serán los Presupuestos de 2026. Su proyecto político no podrá sostenerse hasta 2027 sin ellos.

El PSOE hará bien en reivindicar las medidas sociales que caracterizan su acción de gobierno, pero no debe olvidar que algunas y quizás nuevas exigencias de la heterogénea mayoría que lidera pueden destruir su gestión. En el fondo, su proyecto de una España conciliada con sus nacionalismos, construida sobre la base de una política plurinacional y progresista se examinará también en las próximas elecciones y solo se salvará si los socios moderan sus exigencias a la ortodoxia de las cuentas públicas, a los compromisos internacionales y europeos del país y a los límites de la España constitucional. Si se pasan, en un sentido o en otro, darán paso a lo que todos sabemos.

Publicado en El Correo, 20-7-2025