8 de octubre de 2025

Algo se mueve en la fiscalidad.


La famosa tasa Zucman, que pretende establecer un gravamen a los más ricos, ha sustituido a la vieja tasa Tobin, que buscaba gravar los movimientos financieros y que nunca llegó a cuajar. Desgraciadamente, añado. Francia está hoy atravesada por esta propuesta que el Partido Socialista exigía como condición de gobernabilidad al breve Ejecutivo de Sébastien Lecornu. «Hundirá la economía», dicen los empresarios. «Se marcharán las grandes fortunas», amenazan los más famosos adinerados del país. Los asesores fiscales alertan sobre «la enorme preocupación» de sus clientes.

Francia, como siempre, está en el corazón de los grandes debates. Pero no es solo Francia. Alemania, con un Gobierno cristianodemócrata, en coalición con los socialistas, también debate sobre la necesidad de reformar el impuesto de sucesiones, extraordinariamente generoso con las empresas familiares al comprobar que una exención de casi el 100% a esas transmisiones, destinada a favorecer la continuidad de la actividad económica de las compañías, se utiliza cada vez más para que los herederos inviertan en el extranjero. También allí se discute ante el Tribunal Constitucional sobre las desigualdades que generaría un impuesto de sucesiones regulado por los 'lander' y sobre la tendencia a su eliminación como consecuencia de la competencia fiscal entre territorios. Como ha ocurrido en España, por cierto, que casi ha eliminado esta tasa para los familiares directos. ¿No sería justo restaurarla para altos patrimonios?

La tasa Zucman pretende gravar con el 2% las fortunas que superan los cien millones de euros, sin ninguna exoneración que la desnaturalice. Se calcula que son 1.800 las personas que disponen de un valor patrimonial superior a esa cifra en Francia. ¿Cuál es el contexto de ese debate? En los últimos treinta años la riqueza de los más opulentos ha crecido mucho más que la renta media. Esto lo han acreditado economistas universalmente reconocidos (Piketty, Stiglitz, entre otros) y lo demuestran fehacientemente las diferencias de ganancias del capital sobre las rentas del trabajo.

Un segundo dato es que la fiscalidad de los patrimonios y de los beneficios empresariales tiene tal grado de 'cláusulas de escape' y 'nichos de exoneración' que sus ingresos totales se reducen en todos los Estados. Crecen, por el contrario, las aportaciones del consumo y de la renta y bajan las de sociedades y rentas de capital en casi todo el mundo. Todo ello ocurre en un marco financiero lleno de dificultades para nuestros Estados del bienestar .

La demografía y el envejecimiento, la transición climática y el aumento en los gastos de defensa presionan al alza unos presupuestos con déficits persistentes y alta deuda pública acumulada. Los márgenes para la inversión y el gasto se estrechan, y reducir el gasto social resulta imposible en sociedades que sienten la reaparición de las desigualdades como la base sobre la que se asientan otras muchas quejas que el populismo iliberal aprovecha muy bien. Francia es el paradigma de esta descripción.

No es casual por todo ello que más del 80% de los franceses respalden esta medida del impuesto a los ricos y estoy seguro de que apoyos sociales semejantes se darían en todos los países comunitarios, desde luego también en el nuestro. El corolario de la tasa Zucman es la necesidad de su extensión al resto de Europa. Del resto del mundo, mejor no hablar en el contexto trumpiano que malvivimos. Pero tampoco es un debate nuevo, porque una tasa parecida ya existía en diez países hace una década, aunque hoy solo sean tres los que la mantienen: España, Suiza y Noruega. Brasil, que presidió el G20 en 2024, incluyó en la resolución un texto bienintencionado: «Vamos a intentar cooperar para asegurar que los individuos más ricos paguen impuestos de manera efectiva».

El debate está abierto también en Reino Unido y Alemania, y me pregunto por qué no abrirlo en los mismos términos en nuestro país, ya que el actual impuesto a las fortunas en España solo grava la parte del patrimonio que no haya sido fiscalizado por el impuesto autonómico, lo que ha provocado que muchas grandes riquezas españolas tributen en su comunidad autónoma para beneficiarse de las numerosas bonificaciones de las que goza ese impuesto en muchas de ellas. Resultado: el ingreso estatal por ese impuesto quedó reducido a una cantidad mínima en 2024.

El debate es y debe ser universal, porque es uno de esos asuntos capaces de articular la sociedad y de ofrecer esperanzas a la política noble, por encima del anecdotario frívolo que invade nuestras redes sociales. Me parece uno de esos temas que retratan las posiciones ideológicas de cada partido y de los líderes y que permite desenmascarar a los populismos que nos rodean con quejas y protestas contra el sistema, que son, a su vez, precursores de destrucción de la cohesión social y de la democracia misma.

Publicado en El Correo, 8-10-2025

25 de septiembre de 2025

UE-CELAC: Una cumbre importante

Las expectativas de la cumbre que se celebrará los próximos 8 a 10 de noviembre en Santa Marta( Colombia) entre la Celac y la Unión Europea, no son destacables. El conjunto de circunstancias que la hacen imprevisible son conocidas .Por empezar por las logísticas, la coincidencia con la cumbre de Belém (Brasil) de la COP-30 de Naciones Unidas, sobre el Cambio Climático, parecía, en principio, una inteligente coincidencia, pero puede no serlo tanto. Las circunstancias políticas en el país anfitrión no son demasiado estables. En este momento- todavía es muy pronto-, hay una gran incertidumbre sobre el número de Presidentes y Jefes de Gobierno de ambos lados del Atlántico que acudirán. Estamos en el típico momento en el que las agendas de los dirigentes políticos ultiman compromisos y los asumen en función de las asistencias recíprocas.

Tampoco ayudan las notables diferencias políticas entre los países de la región. No es preciso señalarlas,
ni acentuarlas, pero es sabido que algunos presidentes latinoamericanos ni quieren, ni pueden coincidir. Podría decirse que también en Europa hay grandes tensiones políticas entre países, pero la diferencia es que habitualmente se encuentran y dialogan en el órgano supranacional común que es la Unión Europea.

Sin duda, la debilidad organizativa de CELAC y la falta de integración del conjunto de la región es un obstáculo objetivo para que la asociación estratégica entre Europa y América Latina y el Caribe sea más profunda y para que algunos planes conjuntos se concreten y se materialicen. Hay cierta decepción, por ejemplo, sobre el desarrollo de la agenda global Gateway, anunciada con gran solemnidad en julio de 2023, en la anterior cumbre. Este sentimiento se percibe en sectores empresariales europeos que reclaman a la Unión Europea una arquitectura financiera de apoyo para avanzar en inversiones en América Latina vitales para su conectividad ( eléctrica, digital y espacial). Hacia esos temas avanza la organización de una Business Fórum que se celebrará paralelamente a la cumbre y que está organizando con grandes perspectivas la Comunidad Andina de Finanzas CAF.

No será fácil que la declaración política de la cumbre produzca grandes novedades. Las diferencias políticas entre nuestros respectivos países sobre los grandes -y graves- acontecimientos de la escena internacional ,dificultarán pronunciamientos rotundos de la asociación UE-CELAC. Son preferibles algunos descartes de países que no suscriban la declaración ( ocurrió así con Nicaragua en Bruselas en 2023), antes que farragosos y retóricos párrafos que no dicen nada.

Con todo y a pesar de estas dificultades, la cumbre es importante y su simple celebración ya es un éxito que debemos empujar.

Es importante que Europa y América Latina y el Caribe actualicen y reafirmen su asociación en un mundo cada vez más hostil a nuestros mutuos intereses. Cuando se está imponiendo un mundo desordenado y multipolar en el que la ley de la fuerza ha desbancado al derecho y a la cooperación. Cuando algunos pretenden establecer una especie de delineación imperial del planeta, en base a su poderío militar. Cuando se destruyen las alianzas comerciales y políticas. Cuándo todo esto y mucho más, transforma nuestro entorno geopolítico, América Latina y el Caribe y la Unión Europea deben trasladar a la comunidad internacional su vocación común de construir el mundo sobre otras bases y sobre otros principios.

Es importante que América Latina y el Caribe den pasos para consolidar su comunidad integrada frente a la agresividad recibida desde el norte por los EEUU. Cuando las políticas de Trump humillan a la población inmigrante latinoamericana, lesionan sus economías con las tarifas, agreden a sus sistemas políticos y judiciales en función de sus legítimas decisiones y amenazan su soberanías, América Latina y el Caribe abre sus radares estratégicos y ratifica sus convergencias democráticas ,geopolíticas y hasta humanitarias con Europa.

Es importante porque frente a las tarifas y las concepciones cutres y egoístas de las balanzas comerciales, Mercosur firmará su gran acuerdo con Europa y México la modernización del suyo, en clara muestra de su apuesta por el comercio libre de gravámenes y por las inversiones respectivas reguladas.

Es importante porque Europa es un país amigo de América Latina y el Caribe y quiere aumentar su presencia económica y política en la región. Quiere hacerlo superando la vieja concepción extractivista y desea cooperar transfiriendo tecnología, talento y capacidades para que América Latina supere sus viejos problemas de productividad .Quiere hacerlo desde una concepción coincidente con América Latina en la sostenibilidad y en la transición energética necesarias para combatir el cambio climático. Quiere hacerlo trasladando su modelo de calidad y protección laboral en defensa del trabajo decente.

Es, finalmente, importante porque no hay alternativa. Lo vimos cuando estas cumbres estuvieron suspendidas entre 2016 y 2023. Entonces no hubo nada y esto no nos lo podemos permitir en los momentos actuales. Por eso, esta cumbre es como los cumpleaños: a cierta edad molestan pero es peor la alternativa. Su simple celebración es un éxito. Deseamos que también lo sean sus contenidos y nos alegra saber que ya está prevista la celebración de la siguiente cumbre en Bruselas dentro de dos años, en 2027.


Publicado en El País edición América.25/9/2025

7 de septiembre de 2025

Hubo un tiempo

 Hubo un tiempo en el que los países dialogaban en foros internacionales para combatir riesgos para la humanidad y establecían así grandes acuerdos multilaterales para evitarlos. Ordenar la pesca y salvar los océanos, luchar contra el cambio climático, son algunos ejemplos.

Hubo un tiempo en el que Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad tenían capacidad para aprobar o prohibir intervenciones militares en determinados países .No eran posibles las viejas guerras en medio de Europa, ni los genocidios televisados.

Hubo un tiempo en el que las agencias de las Naciones Unidas regulaban y gestionaban aspectos fundamentales de las actividades humanas: el comercio (OMC), la Salud (OMS) y otras.

Hubo un tiempo en el que la comunidad internacional creó un poderoso y universal procedimiento (ODS), para alcanzar objetivos en materias de comunes aspiraciones: erradicar la pobreza, avanzar en la igualdad, asegurar la sostenibilidad del desarrollo, etcétera, fijando 17 grandes metas en una agenda universal 2030 para el desarrollo sostenible.

Hubo un tiempo en el que las principales potencias nucleares establecían acuerdos y compromisos de desarme nuclear y control mutuo de ese armamento, letal para la humanidad.

Hubo un tiempo en el que los derechos humanos, un código universal de respeto y dignidad del ser humano, se desarrollaban y se aplicaban progresivamente en el mundo entero, como una especie de suelo básico, de moral mínima, aplicable a toda actividad política y económica en todos los lugares de la Tierra.

Hubo un tiempo en el que el derecho internacional, sus reglas y las instituciones que lo aplicaban, eran respetados y aplicados rigurosamente en las contiendas internacionales. Los conflictos territoriales o de otra índole entre vecinos se resolvían apelando a tribunales trasnacionales o con la mediación de organismos internacionales.

Hubo un tiempo en el que el comercio internacional avanzaba hacia grandes acuerdos entre países y bloques económicos, sometidos a arbitrajes y normas internacionales que garantizaban los derechos y los intereses de las partes y facilitaban el comercio sin peajes normativos ni aranceles, para hacer libre e igual el comercio internacional.

Hubo un tiempo en el que la cooperación internacional de los países desarrollados con los países que no lo estaban era una obligación moral e histórica, asumida por las opiniones públicas y legalmente soportada por los presupuestos nacionales de los países ricos, en una progresión –nunca alcanzada– de lograr el 0,7% del PIB de cada país.

Hubo un tiempo en el que las necesidades militares de Defensa se reducían en función de un clima general de paz, consecuencia de la desaparición de las amenazas bélicas, que acentuaba la conciencia general de que la guerra ya no sería posible en el horizonte de nuestras vidas.

Hubo un tiempo en el que las democracias se extendían por el mundo, hasta el punto de creer que era el único régimen político posible y que tarde o temprano, todos los países –incluso China o Rusia– acabarían asumiendo las reivindicaciones ciudadanas de la libertad y sus consecuencias.

Hubo un tiempo en que las aspiraciones políticas de la mayoría estaban vertebradas en torno a proyectos políticos y partidos que articulaban un debate y una deliberación pública ordenada y constructiva. El Estado del Bienestar era el eje de esa dialéctica y los valores y las reglas de la misma regían para todos.

Ese tiempo y ese mundo han desaparecido o están camino de ello. No hace tanto de ese tiempo. De hecho, ese era el mundo de ayer. De ayer mismo.
Esta descripción, un poco simplificada quizás, pero real como la vida misma, evoca aquellas memorias inolvidables (‘El mundo de ayer’, 1942), en las que el genial Stefan Zweig describía con pluma brillante la vida apacible y despreocupada de Viena y buena parte de Europa a finales del siglo XIX y principios del XX, antes de las dos grandes guerras y la llegada del nazismo.

 La evocación es más literaria que real, porque las diferencias políticas, sociales y económicas con aquella época son enormes, pero viene a cuento como elemento reactivo frente al desastre. Porque, como entonces, nos invade una especie de impotencia ideológica ante lo que algunos consideran tendencias irremediables y se percibe un abatimiento universal ante un mundo en decadencia inevitable. Como si la aparición de estos nuevos ‘hombres fuertes’, estos nuevos líderes imperialistas, estuviera modelando un mundo salvaje e inapelable. Por eso es necesaria esta descripción provocativa, para convocar a todos a la recuperación de unos valores y unos principios sobre los que construir un mundo habitable y en paz, con justicia, libertad y dignidad humana. En definitiva, para construir nuestro propio futuro.


Publicado para El Correo, 7-9-2025