16 de junio de 2018

Entrevista para El Mundo, 16/06/2018

 Ningún dirigente del PSE-EE acumula su experiencia institucional que, en gran medida, comparte con una selección artículos agrupados en 'Memorias de Euskadi' (Libros de Catarata). Sin levantar la voz da un toque de atención al PNV.

¿Qué recoge en Memorias de Euskadi y por qué ha elegido este momento? 

Es una memoria del país y le hemos llamado así, en parte, atendiendo un compromiso de la Fundación Ramón Rubial y también como dedicatoria a los socialistas vascos. Ellos han sido parte del mérito de una victoria de la democracia sobre la violencia que el libro quiere reivindicar.

Su libro recoge artículos a lo largo de décadas muy duras en las que ETA ha tenido un dramático protagonismo, ¿pero se imaginaba este final?

Sí. Yo no soñé con el final de ETA porque durante muchos años perdí la esperanza de que ETA tuviera un final. Confieso que durante muchos años en la década de los 80 era muy pesimista sobre que hubiera un final a la violencia de ETA. Conviene recordar que estábamos en el peor de los mundos, con una espiral de acción-reacción que la habían programado los propios terroristas. Había una comunidad internacional que no sabía lo que estaba pasando. Francia no sabía lo que pasaba aquí. La Iglesia vasca no tuvo compasión con las víctimas. La sociedad vasca estaba acobardada y el nacionalismo vasco se pensaba que eran hermanos descarriados. Hubo un contexto en el que, sinceramente, perdimos la esperanza. Junto a toda la memoria del dolor compartido, por todos los que han sufrido, yo reivindico una victoria maravillosa. Nunca pensé que acabaría tan bien como acabó.

Este no fue un proceso lineal de unidad de todas los partidos democráticos sino que en 1998 el PNV apuesta por una acumulación de fuerzas nacionalistas, ¿por qué lo hizo?

Yo pienso que el nacionalismo vasco creyó que en la reivindicación de las causas políticas de ETA estaba la paz. Esta idea que diseñaron, entre otros, Egibar y Ollora era al situarse el PNV al frente de la reivindicación de la autodeterminación se acabaría la violencia. Esto es lo que inteligentemente y tramposamente diseñó ETA. ETA rompe el Pacto de Ajuria Enea ofreciendo una tregua que le sirve para rearmarse y el PNV de buena fe creyó que ése era el camino y se equivocaron. De ahí el plan Ibarretxe y la ofensiva terrorista de ETA. Pero en esta fase hay un pacto entre Rodríguez Zapatero y Aznar que acuerdan una medida extraordinariamente importante y que no tengo pelos en la lengua para reivindicar el acierto del Gobierno de Aznar al ilegalizar a Batasuna. Durante 20 años habíamos creído que Batasuna era el desagüe de la violencia y había que permitir este partenariado entre ETA y Batasuna. Creímos que había que convencerles de que había una opción político pero fue el terrorismo el que utilizó a su brazo político para reforzar su estrategia. Cuando el PP nos propuso ilegalizar Batasuna tuvimos muchas dudas. Yo era secretario general del PSE como responsable de una gestora y recuerdo que en aquella reunión yo me quedé muy impactado. Fue una medida acertada porque de la ilegalización surgió una Batasuna que acabó reclamando a ETA el fin de la violencia para que no arruinara su causa.

Pero el PNV no respaldó este tipo de medidas, ¿los nacionalistas llegaron a asumir un compromiso político decidido para combatir a ETA y su entorno?

El PNV siempre lo ha hecho a su manera pero no conviene descalificar su aportación. He discrepado mucho de sus posiciones pero lo he tenido como socio de la paz. Han sido protagonistas fundamentales y la deslegitimación de la violencia en la calle a través de los liderazgos sociales son importantes. Pienso también en su aportación en el Pacto de Ajuria Enea o en la dispersión de presos cuando al cárcel era un instrumento de ETA que estimulaba la continuidad de la violencia. El Pacto de Lizarra fue una gravísima equivocación del nacionalismo vasco, como lo fue en los primeros años el mirar hacia otro lado. O utilizar siniestras expresiones como la de «unos mueven el árbol y otros recogemos las nueces». Todos tenemos manchas en nuestra historia y soy partidario de reivindicarnos como conjunto de sociedad en el éxito alcanzado.

Tras el pacto de Lizarra y los tripartitos de Ibarretxe sin el PSE se ha vuelto a conformar una nueva alianza entre PNV y los socialistas vascos pero ¿valora la sociedad vasca la coparticipación en estos gobiernos de coalición liderados por los nacionalistas?
 

Quizás no suficientemente. En muchos momentos las coaliciones han sido claves, las reivindico con orgullo y creo que hemos cambiados el país. Cuando veo el Euskalduna recuerdo todas aquellas políticas de transformación que pusimos en marcha en la industria, en la regeneración urbana. Aquellos pactos han sido piezas claves en la construcción moderna de Euskadi. Hoy Podemos nos ha dado un bocado en representación, pero sigo pensando que somos factor de estabilidad y de moderación en la tentación identitaria del nacionalismo. Junto a la reivindicación social es una de nuestras señas de identidad.

¿Cómo interpreta la decisión del PNV de incluir el derecho a decidir junto a EH Bildu en los primeros documentos del futuro Estatuto y que se volcara con la cadena soberanista de Gure Esku Dago?

Es inaceptable poner una vela a Dios y otra al diablo y mantener esa doble componente estratégica. El PNV tiene que decir a los vascos qué es lo que quiere. Estar junto a EH Bildu me parece un error mayúsculo y la apuesta por el derecho a decidir, más allá de los eufemismos, es una apuesta por el independentismo. Eso tienen que saberlo los vascos y en su caso castigarlo. Estoy completamente en contra y en eso soy rotundo. Me ha sorprendido y me ha decepcionado esa ambivalencia. Lo del Estatuto me parece gravísimo y su presencia en la cadena, más testimonial.

El PP arrancará su oposición parlamentaria contra Pedro Sánchez con la pregunta de Javier Maroto al ministro Grande-Marlaska sobre posible cambios en la política penitenciaria como contrapartida, ¿le sorprende?

Yo creo que no hay ningún tipo de contrapartida. Es una posibilidad que forma parte de nuestro marco legal. La resolución del parlamento vasco que han aprobado los cuatro grandes partidos del país me gusta. El sistema penitenciario diseño la dispersión porque la cárcel era un engranaje del terrorismo y desde allí se estimulaba la violencia. No hay acción terrorista, no hay banda y por tanto la dispersión ha perdido sentido. El sistema legal establece que la reinserción es un objetivo y se favorece teniendo más cerca a los presos de su entorno social. Además, a la democracia que ha vencido de manera tan rotunda le corresponde la generosidad. Sólo el vencedor puede ser generoso. El final de ETA es plenamente democrático y total.

La presentación de su libro en Euskadi coincide con el nombramiento de Jesús Loza como delegado del Gobierno, ¿cuál debe ser la función institucional de la Delegación en el País Vasco sin el terrorismo etarra?

Me alegré muchísimo porque Jesús Loza desde la Fundación Fernando Buesa ha venido manteniendo el equilibrio de la memoria justa. Es una memoria reconciliada que propugna una ciudadanía convivencial. Una Euskadi que se mira a los ojos y sabe reconocer nuestros pasados y construir futuro. Va a ser un magnífico delegado.
 
Publicado en El Mundo País Vasco, 16/06/2018