18 de mayo de 2018

Como dialogar con el terrorismo.





El socialista Ramón Jáuregui empezó en política por compromiso personal. En los setenta, en la fábrica en la que trabajaba, convocaba elecciones. Por entonces no pertenecía a ningún partido, pero sí tenía conciencia sindical (más bien, conciencia de libertades). Entre 1973 y 1974 se afilió al PSOE, pero su compromiso con el partido y la democracia estaba en la lucha antifranquista. Una de las cosas que le hace sentirse más orgulloso es que algo en lo que creía, como la paz en Euskadi, se ha hecho posible.

Has anunciado que dejas la política activa. ¿Significa que ya has cumplido tus sueños políticos?

No. Los sueños tienen una parte de incumplimiento necesario, como la utopía; cierta parte es imposible de cumplir. Estoy muy orgulloso de lo construido. He tenido la fortuna de vivir una generación que ha hecho mucho por el país y que ha transformado España.

¿Te has dejado llevar por el sentimiento o por el pensamiento?

Por el pensamiento. Siempre he sido, aunque sea un poco presuntuoso decirlo, un político intelectual. La curiosidad intelectual ha definido mi trayectoria. Siempre he querido saber más; cada día veía que el mundo era mas complejo y que hacia falta saber. El saber y el talento son condiciones necesarias en la política.

¿Se jubilan los ideales?

No. Los ideales siguen siendo semejantes. El problema es la enorme dificultad de plasmarlos. Al igual que hace cuarenta años o más, cuando empecé a militar en el PSOE y a luchar por la libertad, el progreso y la justicia social, los ideales siguen siendo semejantes. Y en el siglo XXI, cualquier ciudadano con conciencia (de esa naturaleza) seguirá luchando por la igualdad de oportunidades frente a la desigualdad, por ejemplo. Pero el mundo se ha hecho mucho más complejo y mucho más difícil, porque se ha globalizado y nos han cambiado la baraja del juego. La izquierda, en general, percibe más claramente que el Estado-Nación es un espacio limitado frente al infinito de la globalización y nuestras herramientas no son suficientes para construir los ideales. Ese es el gran drama de la izquierda de este momento.

¿Cuándo tuviste consciencia de que eras una persona de izquierdas?

Es una cosa que viene de familia. Mi padre era un represaliado de la República y obrero, y nosotros éramos diez hermanos (yo era el más pequeño). En las sobremesas de un hogar tan pobre, mi padre, con la limitación de sus conocimientos, nos idealizaba Rusia. Curiosamente era el sentimiento de todas las izquierdas en el periodo republicano, cuando todavía no se sabía muy bien qué era aquello, por cierto. La izquierda nació en mi corazón durante aquellas charlas, digamos, sencillas. Eso me distinguió de la mayor parte de mi entorno de amigos nacionalistas, que acabaron, casi todos, siendo miembros de la banda terrorista ETA. Y mi fractura con ellos nació allí, justamente, porque en el corazón de mi familia se respiraba izquierda y, por el contrario, en el corazón de las suyas lo que se respiraba era nacionalismo.

¿Te consideras un interlocutor fiable con el nacionalismo vasco?

Lo he sido siempre. Probablemente, el representante del socialismo más próximo a los nacionalistas hasta el punto de que ciertamente fui yo el que comenzó las coaliciones con ellos. La primera coalición política que se hizo en España fue con José Antonio Ardanza (PNV), en el año 87. Mi partido me eligió para ser el vicelehendakari no por casualidad. Cuando fui secretario general del PSE, hasta el año 98, fui el hombre que dialogaba con los nacionalistas, quien se entendía con ellos. Siempre he pensado que la convivencia en Euskadi necesitaba ese pacto, como el de Ajuria Enea, que fue un punto de inflexión en la victoria contra ETA.

También estaba el Pacto de Lizarra.

Sí, pero era un pacto contra nosotros, cuidado; el pacto de los nacionalistas con ETA. Fue el momento en el que el PNV se equivocó y creyó que ETA estaba dispuesta a dejar de matar a cambio de que el conjunto del nacionalismo defendiese la autodeterminación. ETA engañó al PNV con una tregua-trampa, que lo fue, porque durante el 99 no mataron. Destruyeron el Pacto de Ajuria Enea que tenía el PNV con los demócratas no-nacionalistas y, a partir del 2000, ETA inició una dura batalla contra los no-nacionalistas matando a dirigentes del PP, del PSOE… El primer asesinato importante fue justamente el de Fernando Buesa, cuando ETA decidió lanzar una estrategia de liquidación física de los disidentes en Euskadi, y eso llevó al plan Ibarretxe. También está la contraofensiva democrática con el pacto antiterrorista de Zapatero con Aznar y la ilegalización de Batasuna. En ese contexto (1999-2004) se circunscribe esa gran batalla interna que da lugar, sin embargo, al fin de ETA en 2011.

Hasta 1988, ETA había asesinado a unas 600 personas. De hecho, en los meses previos al Pacto de Ajuria Enea, en 1987, se sucedieron dos atentados importantes: el del Hipercor de Barcelona y el de la casa-cuartel de Zaragoza.

El Pacto de Ajuria Enea fue la condición para poder hacer también las Negociaciones de Argel, que fueron muy importantes en la victoria contra ETA, porque había un mundo internacional que reclamaba a España acabar con ellos mediante el diálogo. José Luis Corcuera consiguió el acuerdo con Manuel Fraga y con los nacionalistas en el Pacto de Ajuria Enea para intentar ese diálogo en Argel. El diálogo puso de manifiesto que ETA era una banda de locos cariocos que no tenían ninguna intención de dialogar nada y querían imponer su tesis (hablo del año 89). Y previamente, es verdad, ETA había tratado de fortalecer su posición negociadora matando masivamente en el Hipercor de Barcelona y en Zaragoza. Con todo, el sistema democrático dio ese paso. En términos políticos, el Pacto de Ajuria Enea fue la primera vez que el nacionalismo vasco asumía la unidad democrática frente a los nacionalistas violentos, algo que no había ocurrido hasta entonces. A partir de ahí lideró la movilización social contra ETA. Al mismo tiempo, conseguimos establecer en el ámbito internacional el statu quo de una democracia frente a una banda terrorista.

¿Cómo se dialoga con los terroristas?

En aquella ocasión, el diálogo puso de manifiesto que no se puede negociar con ellos. Por el contrario, en el final de ETA en 2011, no ha habido diálogo alguno. Lo que ha habido, sin embargo, es una ingeniosa pista de aterrizaje para que ETA dijera “fin”. Eso es lo que hicieron muy bien Zapatero y Rubalcaba, algo que no se ha reconocido suficientemente. Zapatero aguantó carros y carretas desde el año 2006 hasta 2011, incluido el atentado de la T-4 de Barajas. Pero persistió… y consiguió la paz, que cayó como fruta madura, porque estaban desarticulados policialmente, socialmente ya no los admitían en Euskadi, el nacionalismo les daba la espalda, estaban ilegalizados (cosa que hizo bien el PP)… La paz llegó porque la democracia venció, pero el aterrizaje no fue una cosa fácil.



Entrevista para Man on the Moon.