15 de marzo de 2017

En la Unión Europea, es lo que hay.

Imaginen un barco que navega por aguas turbulentas. La tripulación vuelve la mirada hacia el capitán y pide instrucciones. Este se lo piensa un rato, toma la palabra y dice: "He estado analizando la situación y veo que hay varias opciones, así que yo se las cuento y ustedes verán". Eso es lo que ha hecho el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, que acaba de presentar su esperado Libro Blanco sobre el futuro de la Unión Europea. En él, Juncker plantea cinco posibilidades a elegir, como un menú para que cada comensal decida según sus preferencias: seguir adelante como hasta ahora; eliminar todo, excepto el Mercado Único; los que quieran más, que hagan más, es decir, la Europa a varias velocidades; hacer menos de forma más eficiente; y por último, hacer mucho más juntos.

La primera es la parálisis, y la segunda no debería ni siquiera plantearse. Volver 25 años atrás, a los tiempos anteriores al Tratado de Maastricht, no es deseable, pero sobre todo, no es posible. Europa no puede ser de nuevo un mercado único y nada más, sin ciudadanía europea, sin políticas comunes y sin los programas de cohesión territorial que han llevado a países como el nuestro a la senda de la modernidad, el bienestar y el progreso económico. Este mes se cumplen 60 años del Tratado de Roma que dio origen a la construcción europea, y con ella, al mejor tiempo de nuestra historia. Nunca, en ningún lugar del mundo, se ha dado una etapa tan larga de prosperidad, libertad y democracia como la que tenemos en estos momentos. Con nuestros problemas, evidentemente. Con los fracasos y amenazas que padecemos, sobre todo desde el comienzo de la Gran Recesión, por supuesto. Con el terrorismo metido en el corazón de nuestro territorio. Con el brexit llamando a nuestra puerta. Con Trump y su antieuropeísmo declarado. Con la insoportable crisis humanitaria instalada en nuestras fronteras, que contemplamos preocupados sin darle solución. Es verdad. No estamos en nuestro mejor momento, pero todo el mundo mira con envidia a Europa, y la mayoría de la población del mundo quisiera vivir como nosotros. Precisamente por eso necesitamos liderazgo y rumbo, y este, sin ninguna duda, debe ser hacia adelante. Los socialistas europeos consideramos imprescindible desarrollar un Pilar Social en la Unión Europea, que responda a las necesidades más urgentes de los ciudadanos golpeados por la crisis, que establezca un salario mínimo europeo, un seguro de desempleo y un suelo común de condiciones laborales dignas.

Es justo que la prosperidad se reparta, pero además, es la única vía por la que podemos engancharles de nuevo al proyecto europeísta y alejar la tentación del populismo. Queremos profundizar en la unión económica y monetaria, y lanzar una política expansiva, que empuje el crecimiento y la creación de empleo. Y creemos imprescindible una acción decidida en la lucha contra el fraude y la evasión fiscal. Por eso los socialistas creemos en la Europa federal, en progresar hacia cotas cada vez mayores de integración. Pero somos realistas y a corto plazo no nos queda más remedio que jugar a lo posible. Pocos días después de la presentación del Libro Blanco de Juncker, los líderes de los cuatro principales países de la Unión Europea se reunieron en Versalles y, ellos sí, optaron por una de las cinco vías, la de la Europa a distintas velocidades. Es un alivio, al menos, constatar que la locomotora franco-alemana sigue tirando del carro europeo, dispuesta a un mayor compromiso con los que quieran sumarse. Quien quiera avanzar, que avance, y quien no, que no lo impida. No es lo más deseable, pero al menos marca un camino en la dirección correcta. Y de momento, es lo que hay.
 
Publicado en 20minutos, 15/03/2017