8 de marzo de 2008

En tu memoria, Isaías.

No éramos amigos, sólo compañeros, pero ya formas parte de nuestra memoria colectiva. Una memoria de lucha y de conquistas, de sufrimiento y entrega, de compromiso y esfuerzo. Hace más de cien años que otros como tú y como yo, socialistas de corazón grande, mineros a la fuerza, en las rojas colinas del hierro, empezaron a entregar lo mejor de sí mismos para conquistar un salario digno y una jornada laboral humana. Fueron socialistas como tú los que organizaron el primer sindicato, conquistaron el primer concejal, el primer diputado obrero y arrancaron la democracia de 'un hombre, un voto', frente a la democracia censitaria de los poderosos. Socialistas como tú que forjaron su sueño de una España reconciliada y libre, democrática y moderna que empezó hace treinta años esa andadura feliz, con gente como tú.

Socialistas como tú que han entregado su vida por la libertad y la paz en Euskadi en un pago desigual, exagerado y trágico, porque perder la vida no puede ser la contrapartida de nada. Porque ni tú, ni Fernando Buesa, ni Fernando Múgica, ni Juan Mari Jáuregui, ni Enrique Casas, ni Germán González ni tantos otros quisísteis entregar vuestra vida, os la quitaron brutal e injustamente.

No te conocía a fondo, Isaías, pero me bastan los perfiles de tu vida para integrarte en nuestra gran familia. Inmigrante de Zamora que buscó trabajo y futuro en el País Vasco. Otros muchos como tú, desde Castilla, Extremadura o Andalucía, han venido a esta tierra a construirse una vida digna al tiempo que construían Euskadi. ¿Cuántas veces he dicho que la Euskadi del Siglo XXI no habría sido posible sin los quinientos mil inmigrantes que llegaron en los años sesenta y setenta a nuestros pueblos y ciudades! En la mía, en San Sebastián, en los barrios en los que se concentraron, Santa Bárbara (Herrera), Beraum (Rentería) les llamaban cacereños y Raúl Guerra Garrido escribió una preciosa novela sobre aquella realidad de explotación vasca, que se llamaba precisamente así 'Cacereño'. Sería muy fácil y quizás demagógico, que ahora cerrara el círculo y acusara a tus asesinos de haberte matado también por eso. Pero en el fondo no creo que sea tan injusta tan grave acusación. Al fin y al cabo te han matado por ser socialista. Sólo por eso. Porque fuiste concejal del PSE-EE (PSOE) y eso te marcó, en este país enfermo que señala con la cruz blanca con la que marcaban los nazis a los judíos, a quienes tienen la osadía de pertenecer al Partido Socialista. No es tan injusta tan grave acusación, si explicamos a quienes nos lean que cuando apareciste con escolta, porque entonces eras concejal, ya te despidieron de la empresa en la que trabajabas,

Dejaste de serlo y te creíste libre. Nos equivocamos creyéndote seguro y te confiaste, sin comprender, ni tú, ni nosotros, que el afán asesino de estos fanáticos puede ampliar el círculo de los objetivos hasta límites insospechados. Buscando al más indefenso, para hacer más fácil y seguro el asesinato vil. Por eso vuelvo al círculo. ¿Quién avisó a los terroristas de tu vulnerable existencia? ¿Por qué te señalaron?

No puedo olvidar que hace muchos años UGT y el Partido Socialista compartieron una sede en una calle muy céntrica de Mondragón. Seguramente nos hemos visto allí. El Partido Socialista siempre tuvo mucha fuerza electoral en esa villa y UGT era un sindicato con cientos de afiliados en los años ochenta. A mediados de los noventa, en aquella tenebrosa fase de 'oldartzen', es decir, cuando ETA inició su acoso a los partidos no nacionalistas, la kale borroka la tomó con nuestra sede. Día sí, día también, sus ataques nos provocaban graves daños, incluidos incendios. Los afiliados dejaron de venir. Los vecinos nos instaban a marcharnos. Nadie quería administrar el bar. Cedimos y tuvimos que irnos a un local de un barrio obrero mayoritariamente de inmigrantes. Cuando supe que nos habíamos visto obligados a irnos del centro de Mondragón me invadió una profunda tristeza. Una inevitable sensación de rechazo, casi xenófobo, que la intolerancia abertzale vertía sobre nosotros. Por eso vuelvo al círculo. ¿Por qué te han matado?

No te conocía, Isaías, pero ya no olvidaremos tu nombre. Ni a tu mujer ni a tus hijos, a quienes estos racistas de mierda han dejado solos en la vida por nada y para nada. No olvidaremos hacer justicia con ellos y llevarlos ante los jueces para que su horrible crimen no quede impune. No olvidaremos los llantos de dos mujeres, tu esposa y tu hija abrazadas a tu cuerpo ensangrentado empeñadas inútilmente en salvarte. No te olvidaremos en la gran familia socialista a la que perteneciste y por lo que te asesinaron.

Tus asesinos han pretendido vengarse de sus propios fantasmas. De sus fracasos y de sus miserias. Han querido enviarnos una señal de su existencia con el único acto con el que saben expresarse: matando. Han querido cumplir su amenaza contra los afiliados socialistas que hace unas semanas hicieron pública en uno de sus paranoicos comunicados. Y es verdad, la han cumplido matándote y nos han provocado un dolor enorme que ya conocíamos y que sentimos repetido, cinco años después del asesinato de Joseba Pagaza en Andoain.

Pero te juro, Isaías, que no vamos a ceder. Sobre tu recuerdo imborrable. Sobre tu memoria gloriosa, te juro, Isaías, que seguiremos aquí, de pie, orgullosos, firmes, serenos, enarbolando la bandera de la paz y la libertad como el mejor homenaje a los valores que tú representabas, y en el más íntimo recuerdo a las víctimas, a las que te han sumado, con tu asesinato cobarde y cruel. Que así sea.

El Correo, 8/03/2008