1 de octubre de 2003

Una propuesta tramposa

Cuando Ibarretxe finalizó su discurso, sentí que algo importante y grave estaba ocurriendo. La extraordinaria concreción en contenidos y plazos de una propuesta política sustancialmente nueva, hecha por el lehendakari en sede parlamentaria, en el comienzo del curso político, los aplausos con que la nomenclatura nacionalista que llenaba las tribunas acogió su discurso, la solemnidad con que lo pronunció, todo hacía presumir que estábamos ante una decisión firme y trabajada.

Casi como con el Pacto de Estella, me sentí en parte traicionado. Tantos años juntos haciendo el país, cristalizando la pluralidad, moderando nuestros respectivos perfiles identitarios para construir una convivencia tolerante, mientras combatíamos juntos la violencia, eran enterrados definitivamente por una propuesta cargada de exclusión y de peligros, hecha por y para los nacionalistas y sustentada en los más rancios conceptos del nacionalismo sabiniano.

Veo brillo en los ojos del lehendakari. Él dice que es la ilusión de un nuevo camino, de una esperanza. Yo sólo veo el fanatismo de una doctrina, la simpleza del iluminado que se cree en posesión de una pócima milagrosa.

El razonamiento es sencillo. El autogobierno no es suficiente. Caminemos hacia la independencia a través de la autodeterminación, la libre decisión y la libre adhesión y ETA tendrá que desaparecer porque este proyecto político es el suyo y no lo podrá obstaculizar con su violencia. Venceremos la violencia porque la haremos innecesaria y porque resultará un lastre para sus propias aspiraciones.

El lehendakari abandona así, de manera tajante, la unidad democrática de Ajuria-Enea o semejantes y abraza la unidad nacionalista como instrumento. Reniega del principio de no coincidencia de fines entre el nacionalismo democrático y ETA y pretende liderar un mayoría de sociedad vasca, en un nuevo ejercicio de equidistancia entre ETA y Madrid, entre el terrorismo y la Constitución.

Sus planes son fáciles de intuir. Apoyado en PNV-EA-IU, recabará y obtendrá el apoyo de la comunidad nacionalista: desde el potente sindicalismo nacionalista (ELA y probablemente LAB) hasta la Iglesia vasca y sectores culturales y universitarios del País, pasando por grupos pacifistas y afines. Si se siente respaldado en las municipales del próximo año, lanzará un movimiento municipalista y después de presentado su proyecto articulado a finales del año que viene, lanzará un órdago a ETA, para que renuncie a la violencia, y al Estado, para que asuma y apruebe su proyecto. Una consulta en ese contexto, acompañada de un cese de violencia semipactado, obtendría un amplio respaldo de una población harta y desesperanzada, motivada al sí por el miedo y el señuelo de la paz. Éste es su plan. Un gran engaño y una enorme trampa.

Primero, porque mientras se desarrolla este proceso los partidos que no comulgamos con ese proyecto somos literalmente perseguidos por los terroristas a quienes se quiere convencer. Nuestras listas electorales estarán distorsionadas por el miedo y quizás tengamos que renunciar a los actos públicos por seguridad. ¿Es ésta una confrontación electoral en libertad?

Segundo, porque su equidistancia entre los que matan y los que mueren descalifica moralmente cualquier propuesta. Asesinato no es equivalente a mentiras o a insultos. Terrorismo no es el antagónico a regresión autonómica o a ilegalización de Batasuna. Matar y coaccionar no es comparable a inmovilismo o al incumplimiento estatutario. Pretender equiparar al PP, porque no condenó la Guerra Civil, con Batasuna, ofende a la inteligencia y a la justicia. Ibarretxe no puede sostener ese proceso político de medio plazo, ubicado en ese limbo inmoral.

Tercero, porque se pretende imponer a una parte de la población vasca un proyecto de país y de convivencia que no asume y no comparte. La media aritmética de las elecciones locales, autonómicas y generales demuestra que la población vasca se divide al 50% entre nacionalistas y no nacionalistas. El lehendakari disfraza con el diálogo su propuesta, invitando a los partidos a unas conversaciones en las que el temario ya está configurado por diez puntos que pormenorizadamente explicó en el Parlamento. Todos ellos responden a la filosofía y a los objetivos del nacionalismo radical y excluyente que hemos escuchado en los últimos años. Nos invita a dialogar, sí, pero con la agenda y el temario marcados. Es como si a un diabético le invitan a comer a una pastelería.

Cuarto, porque la propuesta parte de un principio que el lehendakari considera absoluto y no lo es. Euskadi no es un pueblo con 7.000 años de antigüedad, que se configura en la actualidad en dos Estados y en tres comunidades políticas (la CAV, Navarra y las provincias francesas), y como tal resulta sujeto de derechos de soberanía originarios y prevalentes. Ésa es una construcción política doctrinal del nacionalismo vasco, pero los fundamentos históricos y políticos de nuestra realidad son discutibles y la arquitectura jurídica de nuestro presente viene determinada por un ordenamiento que no puede ser violado. Reformado sí, pero con arreglo a sus propias reglas. El orden democrático no puede saltarse con apelaciones filosóficas a la libre voluntad de los vascos, porque fue nuestra libre voluntad la que configuró ese orden cuando aprobamos la Constitución y la autonomía. No hay ningún derecho colectivo, ni mucho menos histórico, que sea superior ni prevalente a la soberanía popular que expresan nuestras respectivas y sucesivas consultas electorales.

Si se recurre a esotéricas consultas autodeterministas, pueden hacerse muchas y sucesivamente y no terminaríamos nunca. Porque ¿quién determina el sujeto de tales supuestos derechos? Como dice un amigo mío, la autodeterminación termina en el portal de mi casa y la verdadera autodeterminación la ejerzo yo mismo cada vez que voto.

Quinto, porque el lehendakari anuncia que no admitirá vetos, en clara alusión al PP y también, aunque menos, a los socialistas. Aclara así que está dispuesto a construir el país sin unos ni otros y que nuestro único destino es plegarnos o marcharnos. Fue lo más duro de su discurso: ¿Qué país quiere hacer? ¿Está renunciando al territorio a cambio de soberanía? Porque es bien sabido que el voto al nacionalismo en el País Vasco francés no pasa de 5%; en Navarra, del 15%, y en Alava es minoría.

¿Cuál es el concepto de pluralidad que tiene el lehendakari? ¿Dónde quedan las proclamas pluralistas de Ardanza y del Arriaga, de años anteriores? ¿Qué es la pluralidad, una hipoteca inevitable de un pueblo en marcha o una riqueza imprescindible y constitutiva del ser vaso del siglo XXI? ¿Quién es el pueblo vasco, lehendakari, ese imaginario milenarista al que aludes, o dos millones de vascos que piensan y padecen, de carne y hueso, con cara y ojos, que te rodean y te miran asustados?

Yo estoy preocupado. Más que nunca. Porque creo que el PNV ha formalizado su ruptura con el Estatuto y con la unidad democrática y ha iniciado un camino de enfrentamiento político con el Estado y de construcción nacionalista de Euskadi. Ha renunciado a hacer Nación de ciudadanos para hacer Nación de nacionalistas. Y creo firmemente que esa apuesta debe ser derrotada, porque soy vasco y creo en una Nación de pluralidad y libertades, no en una Nación de anacrónica e imposible soberanía que a la vez aplasta su pluralidad e impone cultura, valores y símbolos, haciendo extranjeros a sus propios conciudadanos.

Pero ésta es una batalla política que hay que ganar en Euskadi, en las urnas, en la sociedad vasca. No se resuelve ni en los tribunales ni con los Decretos, ni mucho menos en Madrid. A quien hay que convencer de este disparate es a los electores vascos, y principalmente a quienes votaron a Ibarretxe el 13 de mayo cuando prometió que nunca más pactaría con HB, en expreso reconocimiento de su Pacto de Estella. A quien hay que convencer de este despropósito es a esa franja de votantes que fluctúa entre los nacionalistas y los constitucionalistas en elecciones autonómicas o generales. Donde hay que abortar esta tentación patriótica del péndulo nacionalista es en el sector moderado y estatutista del PNV.

Este discurso y esta batalla hay que librarla con serenidad e inteligencia. No es el momento ni el lugar, pero quede dicho que nunca he estado de acuerdo con la política vasca del PP. Junto al Gobierno y a su partido en la lucha contra ETA y en la defensa de la libertad sí, pero su política vasca y su política informativa sobre Euskadi están plagadas de errores, que el nacionalismo utiliza para alimentar su victimismo, apiñar a sus bases y aplacar sus contradicciones internas.

Más que nunca, ahora hay que fortalecer el autonomismo y la unidad democrática frente a la violencia. Reivindicar nuestra concepción plural del país y la necesidad de la transversalidad desde el reconocimiento del otro. Proclamar el bilingüismo y la convivencia de símbolos, sentimientos e identidades. Reiterar manos tendidas y actitudes positivas para construir un país de todos y para todos. Ése es nuestro camino y, desde luego, el roll histórico del socialismo vasco. Afincándonos en el centro sociológico e identitario del país, venceremos la tentación excluyente y rupturista que entraña esta propuesta tramposa.
El País, 1/10/2003